
18 de diciembre
Nacido el 1 de agosto de 1933 en Padova, ciudad industrial del norte de Italia, Antonio Negri (conocido popularmente como “Toni”) fue uno de los marxistas e intelectuales más potentes y originales de la segunda mitad del siglo XX. Su incursión en la política se remonta a los años ’50, cuando durante su adolescencia da sus primeros pasos en la Juventud Católica, hasta tomar distancia desde un “ateísmo virtuoso” y sumarse a las filas del Partido Socialista Italiano, de donde también se alejará al poco tiempo, para de ahí en más incursionar en las luchas obreras de Porto Marghera, complejo industrial de su ciudad natal, que deviene cada vez más punto neurálgico de ebullición y experimentación socio-política.
Bajo esa atmósfera, en 1961 se incorpora a un proyecto que lo marcará de por vida: la revista Quaderni Rossi (Cuadernos Rojos), dirigida por Raniero Panzieri, un marxista herético proveniente del ala izquierda del PSI, que postula un conjunto de hipótesis teóricas a contrapelo de las corrientes marxistas hegemónicas en ese entonces. Resituar a la fábrica como territorio constitutivamente conflictivo y de autoindagación obrera, cartografiar e investigar las resistencias y disputas que allí se cifran en contra de la burocratización y el comando del capital, volviendo a leer a un Marx cuyo centro de gravedad es el antagonismo y la lucha de clases, son algunos de los ejes de un debate estratégico producido en el seno de este núcleo político del que participa y aprende el joven Negri.
En 1962 se vive lo que será la primera huelga “salvaje”, protagonizada en Turín por jóvenes obreros (muchos de ellos migrantes, sin tradición sindical ni vínculos con el PCI), dando lugar a la revuelta de plaza Statuto, una protesta con tintes insurreccionales que dura tres días consecutivos e incluye combates callejeros con las fuerzas policiales. Con ella se inicia un período de ascenso y politización de las luchas en Italia, cuyo principal referente será el obrero masa, trabajador descualificado y rebelde que emerge producto de la nueva “composición de clase” propia del fordismo y la modernización capitalista de posguerra.
La obtención por esos años de una cátedra de Ciencias Políticas en la Universidad de Padova, le permitirá profundizar en diferentes Teorías del Estado esbozadas por pensadores subversivos y contrarios al poder dominante, haciendo de ese ámbito una trinchera más de estudio y acción militante. Si a nivel intelectual esta y otras experiencias precedentes (como su trienio en la revista Classe Operaia durante 1964 y 1967) le brindan a Negri sendas herramientas interpretativas desde una praxis inmanente a un reemerger del movimiento obrero sobre nuevas bases, en términos organizativos será Potere Operaio (Poder Obrero) la instancia aglutinadora que impulse a partir de 1969, para dar orientación y centralidad a esta irrupción espontánea de las luchas en numerosas fábricas, establecimientos educativos y barrios populares. Rechazo al trabajo, combate contra el Estado-plan, exigencia inmediata de un salario social y vigencia de la insurrección, definen su corpus programático hasta su completa disolución en 1973. Durante esta coyuntura álgida y sinuosa, una consigna sintetiza la concepción política en la que se enmarca Negri: la clase es lo estratégico y el partido lo táctico.
En Argentina, la temprana recepción y apropiación crítica de esta corriente estuvo signada por los vaivenes de la lucha de clases y un similar ciclo de auge y crisis del fordismo. Durante la segunda mitad de los años sesenta y comienzos de los setenta, aquellas reflexiones inscriptas en el operaismo italiano, tejidas junto a las de Raniero Panzieri (uno de los mayores maestros de Negri), Mario Tronti, Darío Lanzardo y Romano Alquati, aportaron a pensar la novedosa composición técnica y política de la clase obrera, en complejos industriales como los de la convulsionada Córdoba, así como el nexo cada vez más estrecho entre fábrica y sociedad.
Entre otros, el grupo Pasado y Presente leyó con interés a esta corriente de izquierda extraparlamentaria italiana, llegando a publicar algunos de sus artículos y documentos más emblemáticos. Revistas como Quaderni Rossi y la metodología de investigación militante (conricerca) de la encuesta obrera, sirvieron de inspiración y fueron “traducidos” (en un sentido filológico, pero sobre todo político) por esos años por núcleos de la nueva izquierda y el clasismo, junto a novelas como Vogliamo tutto (Lo queremos todo), de Nanni Balestrini, que recreaba las luchas operaistas en la FIAT piamontesa, aunque en nuestro caso, con una imagen en su tapa de las jornadas del Cordobazo, esa “Turín latinoamericana” de contornos tan similares a la ciudad del biennio rosso.
Mientras tanto, en la Italia de comienzos de los años setenta la conflictividad e “ilegalidad de masas” desborda cada vez más los recintos fabriles, para diseminarse en las metrópolis: irrumpe así el obrero social, que será teorizado por Negri como figura emblemática del área de la autonomía. Una vasta y compleja gama de iniciativas -algunas difusas e intermitentes, otras organizadas y con enlaces multiescalares- que ponen el foco en la cooperación y reapropiación de la riqueza sustraída del proceso de valorización capitalista, se dan lugar hasta alcanzar su máximo esplendor en 1977. Este año será el verdadero ‘68 italiano: punto cúlmine y extrema condensación del largo autonno caldo (otoño caliente), que se inicia en sentido estricto en 1969 y puede leerse, a la vez, como el réquiem del extenso movimiento autónomo desplegado a lo largo y ancho del país durante todo ese tiempo.
Hay que decir que mientras el archiconocido y fetichizado mayo parisino duró unas pocas semanas de descontento estudiantil y contó con una participación residual del movimiento obrero, esta prolongada estación de luchas anti-sistémicas se mantuvo en Italia durante casi una década, con una escalada de violencia y una represión estatal y parapolicial sin parangón. La llamada “estrategia de la tensión” (que, en rigor, será definida como Strage de Stato, una planificada masacre de Estado), incluyó atentados, asesinatos, torturas, exilios y detenciones por doquier, sobre todo en contra del activismo autónomo y de la constelación de luchas, actores y territorios donde la autovalorización del trabajo y la reapropiación colectiva de lo común despuntaban como prácticas insumisas. La contemporaneidad con el terrorismo de Estado en gran parte de Sudamérica, el auge intelectual del posestructuralismo francés, las derivas socialdemócratas y el encandilamiento fugaz con el eurocomunismo aquí y allá, impidieron que esta experiencia -única en toda Europa- tuviera mayor capacidad de irradiación y contagio en nuestro continente.
En 1978, el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, fue un punto de inflexión y pretexto para criminalizar al conjunto de la nueva izquierda. Toni Negri pasó a ser considerado un ideólogo intelectual de esta y otras prácticas linderas con el terrorismo, que buscaron dejar atrás las armas de la crítica y pasar sin miramientos a la crítica de las armas. Bajo la acusación de “insurrección armada contra los poderes del Estado”, el 7 de abril de 1979 son arrestados decenas de militantes, entre ellos el propio Negri. Durante los años de su primer encierro, padecido entre 1979 y 1983, produjo numerosos artículos, epístolas y libros, entre los que se destaca La anomalía salvaje, una extensa y rigurosa reinterpretación materialista, osada y potente, del pensamiento “maldito” del filósofo Baruch Spinoza. En sus páginas, la democracia, lejos de equivaler a Estado de derecho, emerge como absoluta y sin límites jurídicos ni institucionales, asociada a las posibilidades subjetivas de una revolución en acto.
Electo como diputado por el Partido Radical (organización que lo incluye en sus listas con el objetivo de otorgarle fueros y lograr así su excarcelación), es liberado en 1983, aunque se ve obligado a fugarse a Francia debido a que el Parlamento decide revocarle su inmunidad. Se inicia así una prolongada estancia en París, donde dictará clases como profesor universitario durante muchos años, hasta que en 1997 decida retornar a Italia para cumplir su condena judicial y visibilizar la exigencia de libertad para sus compañeros presos políticos. Padece nuevamente el encierro en una cárcel de máxima seguridad, aunque ello no le impide dinamizar nuevas publicaciones, cartearse con medio mundo y escribir materiales incendiarios. Tras meses de confinamiento total, consigue primero salidas transitorias y, más tardíamente, el arresto domiciliario.
En paralelo, durante la segunda mitad de la década del noventa los debates acerca de la sociedad-fábrica habilitaron, más allá de Italia y Francia, ingeniosas relecturas de aquellos sujetos que trascendían la territorialidad de la empresa para difuminarse en la sociedad toda, deviniendo ésta una fábrica a cielo abierto. En Argentina, el aguerrido movimiento piquetero comenzaba a dialogar con esa figura más difusa del obrero social, así como lo hacían a su modo ciertas corrientes feministas en otras latitudes, que luchaban por el reconocimiento de una retribución monetaria para esas “obreras de la casa” que realizaban las invisibles labores domésticas y de cuidados, a la par que denunciaban la división sexual del trabajo y el patriarcado del salario.
Hubo artículos tempranos de Negri que fueron publicados y leídos por aquellos años con atención en ámbitos académicos y en espacios militantes de Argentina y la región. Entre ellos, “John M. Keynes y la teoría capitalista del Estado en el ‘29”, un texto que salió en la revista italiana Contropiano (“Antiplan”) en 1968, y que más tarde sería reeditado en una compilación muy difundida en Italia y Europa: Operai e Stato (Obreros y Estado), tuvo gran acogida, al igual que los libros Del obrero masa al obrero social y Fin de Siglo. En conjunto, habilitaban interpretaciones donde el capital era entendido como relación de poder y campo de fuerzas antagónicas, y las crisis podían ser concebidas tanto en clave de ruptura radical (con los ejemplos paradigmáticos de la revolución rusa y el ’68) como de reestructuración (al estilo del New Deal, pero también de los populismos latinoamericanos).
Revistas marxistas y militantes de la talla de Praxis, Cuadernos del Sur, El Rodaballo, Dialéktica y Acontecimiento, al igual que Bajo el Volcán en México o Contrapoder en España, y editoriales como Anagrama, Traficantes de Sueños, Akal y Tinta Limón (por nombrar solo algunas), amplificaron la difusión de los escritos e ideas de Toni Negri por estas tierras, en medio de un contexto regional y global de luchas y resistencias inscriptas en un movimiento de movimientos a contramano de la mundialización capitalista. En paralelo, el Foro Social en Porto Alegre concitó interés en los cinco continentes y fungió de instancia de encuentro, potencial confluencia y debate mancomunado, donde las ideas de Negri y de otras figuras radicales se respiraban en el aire de campamentos y caravanas.
La rebelión de diciembre de 2001 coincidió con la publicación en castellano de una de sus obras más conocidas, escrita en coautoría con Michael Hardt mientras cumplía prisión domiciliaria: Imperio. Una pléyade de jóvenes y no tanto, que veníamos de diferentes búsquedas militantes (todas ellas con una misma vocación autónoma y forjadas al calor de las luchas antineoliberales), tuvimos la oportunidad de leer y debatir los borradores de este libro, a través de una traducción hecha desde la urgencia por compas argentinos que tenían vasos comunicantes con el posoperaismo italiano y francés. En esos talleres y encuentros fortuitos, realizados entre 2000 y 2002, también devoramos y discutimos acaloradamente versiones preliminares de libros como Cambiar el mundo sin tomar el poder, de John Holloway, quien participó más de una vez en estos espacios autogestivos.
La polémica acerca de las estrategias de lucha y autoorganización, el rechazo abierto, la conquista y/o toma del poder, sus diversas acepciones y formas de enunciación (doble poder, poder popular, contrapoder y/o antipoder), la relación (o no) con el Estado y la gravitación de la autonomía en la construcción de una nueva izquierda anticapitalista, distaron de ser querellas puramente académicas y eruditas. Más bien daban cuenta de cuestiones candentes que se ponían en juego en las militancias de base y en las tensiones vividas en barriadas, comunidades y espacios recuperados, en ollas populares y en cooperativas sin patrón, en movimientos territoriales, bachilleratos y apuestas contraculturales.
No obstante, en muchos casos estos desencuentros parecían tener como origen disputas ideológicas demasiado abstractas y artificiales, que en ocasiones lindaban hasta con contraposiciones gramaticales y matices semánticos. La necesidad de sostener y amplificar lo diverso sin que equivalga a apología de la fragmentación, el transitar (o no) desde una multiplicidad de singularidades autónomas hacia la articulación -o potencial confluencia- en espacios multisectoriales y de coordinación transversal, evitando las lógicas homogeneizadoras y hegemonistas, generó altercados y rupturas tan encarnizadas como desgastantes.
Varios recuerdos nos reenvían a aquella intensa y fulgurante coyuntura: las Rondas de Pensamiento Autónomo, realizadas los sábados en Roca Negra (un enorme predio recuperado en Lanús, que aún hoy sigue en pie) junto a asambleas barriales, MTD’s y un crisol más de experiencias gestadas en Buenos Aires e incluso en otras provincias del país (la mayoría de ellas, surgidas en esa atmósfera de la crisis de 2001 y 2002); los acalorados debates tenidos dentro del comité editor de la Revista Cuadernos del Sur, donde en esos años la publicación de artículos de y en torno a Toni Negri supieron dar origen a polémicas interminables, no siempre bien procesadas; los diálogos a distancia (y no tanto) con la experiencia histórica del operaismo italiano y con la más reciente y contemporánea del zapatismo en Chiapas o de la insurgencia indígena en los Andes, y las posibles afinidades con el movimiento piquetero, asambleario y de las empresas recuperadas en nuestro país; las interpretaciones con prismas (no tan solo) negrianos de esos procesos, de la mano de redes internacionalistas como Indymedia, grupos como Comuna en Bolivia, Seminarios como el de Subjetividad y Teoría Crítica en Puebla (México) o iniciativas como Uninomade en Italia y Argentina, que se enlazaban a movilizaciones transfronterizas, reflexiones enraizadas en luchas locales, combates callejeros y contracumbres organizadas en Seattle, Praga o Genova; los talleres de autoformación y los grupos de estudio impulsados y sostenidos a pulmón en infinidad de ámbitos de experimentación, donde circulaban conceptos y propuestas de lo más variadas, emparentadas con la prefiguración, el poder popular y la autonomía.
Uno de los libros de Negri que fungió de combustible teórico-político por aquellos años post 2001, también leído en traducciones caseras y fotocopias urgentes, fue Marx más allá de Marx. Desde su provocativo título nos estimulaba a pararnos en las espaldas del barbudo de Tréveris, aunque no para venerarlo como “pastor con báculo”, sino con la intención de traducir y actualizar sus enseñanzas y pistas al aquí y ahora, entre ellas una que ofició de brújula por esos tiempos revueltos: el antagonismo y la subjetividad como pivotes fundamentales de nuestras búsquedas. Compuesto por una serie de conferencias dictadas por Negri en 1978 durante su exilio en París, y teniendo como eje vertebrador a los Grundrisse de Marx (borradores que, según su provocativa lectura, “constituyen la confianza en la revolución desde abajo”), propone entender al marxismo en la clave de “una ciencia de la crisis y la subversión”, forjada por alguien que siempre pensó y actuó a contramano del poder del Estado y el dinero, desde un punto de vista proletario y comprometido.
Ante las hipótesis de Negri, buena parte de la izquierda marxista tradicional optó por parapetarse desde la defensa enconada de la ortodoxia y cierto conservadurismo teórico, por lo general desconociendo que varias de ellas eran un punto de llegada o (re)actualización de un prolongado itinerario reflexivo y militante, cuyo grado cero debía situarse en el largo ciclo vivido en Italia entre 1969 y 1977 (e incluso más allá y más acá de él). Asociar el “éxodo” con una modalidad de lucha evasiva o un puro escapismo, sin atender a sus raíces ancladas en el “rechazo al trabajo asalariado”, el sabotaje y boicot activo frente al comando del capital y el poder estatal; desmerecer el concepto de “multitud”, contraponiéndolo al de clase y desatendiendo los vasos comunicantes que ambos tenían entre sí, y así sucesivamente. Leídas de manera superficial y desancladas, sus categorías encarnaban -según estas diatribas- una maliciosa ofensiva posmoderna contra el marxismo y en detrimento de la lucha de clases, aunque en rigor, buscasen identificar y entender las indudables transformaciones en curso a nivel geopolítico, en los intersticios mismos de las formas de vida y de la organización social del trabajo.
Salvo contadas excepciones, estas críticas rascaron donde no pica, sin lograr responder a un interrogante que oficiaba de pregunta generadora en los libros y textos negrianos, en particular aquellos que supo producir desde finales de los años noventa: ¿cómo entender la profunda mutación del capitalismo a nivel global? ¿qué formas innovadoras tendía a asumir el trabajo y las clases en los albores del siglo XXI, y de qué manera podían relanzarse las luchas atendiendo a esas recomposiciones y emergencias singulares? Si algunas de las afirmaciones de Negri resultaron ser quizás, a la vuelta de la historia, un tanto erradas o excesivas en su proyección, ya que arrojaban con demasiada rapidez al bebé (del sistema-mundo imperial y sus asimetrías estructurales, del trabajo concebido desde su más honda materialidad) junto al agua sucia (del imperialismo clásico y del obrero industrial de overol), cabe destacar a pesar de ello su genuina e invariante vocación, consistente en identificar tendencias y pensar/caracterizar la metamorfosis a escala global, sin ataduras ni conceptos prefijados.
Como es sabido, en América Latina, el ciclo de impugnación al neoliberalismo iniciado desde abajo a finales de los años ochenta, dio paso más tardíamente a una sucesión de gobiernos progresistas y nacional-populares, que eclipsaron a las construcciones autónomas desde una temporalidad y práctica política lindera con la estadolatría. En ese entonces, en un amplio abanico de organizaciones y movimientos se tejió algo así como un consenso implícito e incuestionable: había que dejar atrás las prácticas territoriales y abrazar la estrategia electoral, asumiendo la necesidad de “dar el salto de lo social hacia lo político” y teniendo una insaciable “vocación de poder”; todas muletillas y lugares comunes que pretendían resolver la situación de desconcierto, falta de imaginación política, desgaste e impasse sufrida, que se combinó con -o fue producto de- un relativo y coyuntural reflujo de las luchas.
Con el correr del tiempo, los triunfos electorales y las coaliciones gubernamentales con mayor o menor retórica antineoliberal, decantaron en una alianza cortoplacista e instrumental, que terminó llevando a puestos ministeriales y legislativos a numerosos dirigentes y militantes populares, otrora “autónomos” y críticos del quehacer político tradicional. Sin embargo, el resultado fue una irónica inversión de aquel título que tanta polémica y escozor había generado en la coyuntura de 2001: tomar el poder sin cambiar el mundo.
Mientras tanto, Toni Negri siguió produciendo materiales y reflexiones que hacían de la mixtura y el ensamblaje un intrépido trabajo de orfebre, no sin ambivalencias y renovados cuestionamientos (entre ellos, cierto tufillo eurocéntrico que anidaba, por momentos, en sus lúcidas conjeturas). No obstante, su pensar crítico y autocrítico jamás perdió dinamismo ni fue petrificado: del cruce de Marx con Mil Mesetas al de Foucault con la potencia asamblearia, de la autonomía del operaismo italiano a aquella surgida tras el ¡Ya Basta! zapatista en las montañas chiapanecas, de la multitud spinozista releída entre rejas a la esbozada por René Zavaleta en la abigarrada Bolivia, del reencuentro con Maquiavelo a la propuesta de una ciudadanía planetaria. Posmodernidad y lucha de clases, general intellect y trabajo vivo, comunismo y democracia absoluta, poder constituyente y singularidad, cooperación y autonomía, rebelión y condición amorosa, filosofía y militancia integral.
En 2009, a los pocos meses de la irrupción de una crisis global sin precedentes, tuvimos la oportunidad de encontrarnos con él en uno de los tantos centros sociales okupa de Roma y entrevistarlo. Estaba allí como uno más, en medio de un frío invernal y una precaria estructura mobiliaria, dialogando de igual a igual con decenas de jóvenes activistas sentados en ronda. Ante la pregunta de los posibles escenarios que parecían abrirse a nivel mundial con la debacle del sistema financiero, su respuesta fue lapidaria: “la única salida a la crisis es la revolución”.
Los ecos de esta apasionada apuesta por evitar la barbarie nos resuenan con más vitalidad que nunca en estos días, y se conectan con aquellas palabras finales con las que cierra su monumental autobiografía titulada Historia de un comunista. En ella, Negri confiesa haber resistido y luchado toda la vida, con un remate autocrítico que se nos presenta por demás actual: “Ahora me toca volver a empezar”. Acaso sea esa la labor colectiva desde la que reanudar la lucha en estos tiempos sombríos, tal como hizo una y otra vez este cattivo maestro.
ADNRed.