Resistencia desde El Fogón: Pensando un Feminismo Mapuche
«Tenemos que revisitarnos como pueblo desde el tema de la feminidad ancestral, esa es nuestra responsabilidad, a mi parecer las mujeres mapuche lo estamos haciendo pero nuestras masculinidades están carentes de fuerza en este sentido, les pido a los wentru que en sus espacios también piensen estos temas, que sin su newen quedamos cojos en la tarea de despojarnos de la herencia maldita que dejo el wingka en nuestra historia».
Por Ana Millaleo.
Mi infancia estuvo muy cercana a los movimientos de mujeres mi madre Gabriela Hernández fue durante mucho tiempo dirigente de la casa de la mujer Villa O’ Higgins en la comuna de la Florida Santiago, siempre andaba con ella acompañándola, fui testigo como niña de la lucha de muchas mujeres por organizarse y construir un espacio propio de resistencia en contra de la dictadura y de resguardo frente a la violencia que muchas vivían al interior de sus hogares. Así conocí los movimientos de mujeres antes de aproximarme al mundo mapuche, como ya lo he mencionado en otras oportunidades que he tenido de contar mi historia personal frente a mi encuentro con lo mapuche, mi padre Eleaser Millaleo siempre me hizo saber que yo era mapuche y que debía sentirme orgullosa de mi origen, pero solo pude entenderlo cuando me encontré con mi gente, cuando al interior de las organizaciones mapuche pude reconocerme en los otros y otras iguales a mí, que habían compartido experiencias de vida, que habían sentido en sus cuerpos la diferencia, con los cuales podía hablar sin miedo y sin la necesidad de adaptarme a algo que siempre me pareció ajeno, independientemente de los distintos contextos en que hubiésemos crecido éramos mapuche. Es así como pude ver ambos mundos, en el mundo organizacional de mujeres me sentí cómoda acogida junto a mi madre, pero en lo mapuche volví a brotar nuevamente, sin palabras encontré mi lugar en donde toda mi vida cobro sentido, en donde también habían mujeres pero ellas eran como yo, comprendí que no todas las mujeres somos iguales y que si bien hay luchas compartidas opresiones transversales mi cuerpo mapuche me sitúa en un lugar propio, en donde nuestra historia y espiritualidad nos proporcionan caminos distintos para enfrentar todas las violencias que enfrentamos como mujeres mapuche.
Si en este momento me preguntasen por la existencia de un feminismo mapuche en la actualidad, me atrevería a decir que no existe. Pero si volvemos a encontrarnos entre nosotras y decidimos darle para delante entre mate y trawün(2) démosle pa’ delante pensemos un feminismo mapuche aunque a nuestro propio tiempo, desde nuestras propias formas de mirarnos, pero primero tenemos que reencontrarnos.
Tenemos experiencias compartidas sin duda con los movimientos de mujeres, también hemos vivido la opresión, pero es innegable que las mujeres y los hombres mapuche seguimos siendo ciudadanos de segunda categoría frente a la sociedad dominante. Cuando hice mi investigación sobre el trabajo doméstico y mujeres mapuche (2011), pude dar cuenta que el patriarcado no es la única expresión de opresión que vivenciamos como mujeres indígenas, puesto que tanto hombres y mujeres mapuche ocupamos posiciones subordinadas frente a hombres y mujeres no mapuche, somos cuerpos racializados a los cuales incluso se nos niega la posibilidad de reconocernos como tales, la diferencia molesta al Estado Nacional que se nos impuso, porque para sentar sus bases nos usó de instrumento y se nos desechó, nos convirtió en mestizos, por eso no podemos reivindicar nuestra mapuchidad libremente. En el momento en que nos damos cuenta de nuestra identidad nos percatamos de la posición de subordinación en la que nos encontramos y eso es peligroso. Las mujeres mapuche hemos sido cuerpos históricamente subordinados, no tan solo por nuestra condición de mujeres sino porque pertenecemos a un pueblo que existe en condiciones de dominación, dominación a la cual nos resistimos cuando nos damos cuenta de nuestra diferencia.
Por eso hablamos de despertar cuando tomamos conciencia de las condiciones históricas que son parte de nuestra identidad, salimos de un sueño desde una perspectiva occidental, pero desde la perspectiva mapuche empezamos a soñar, volvimos a pensarnos como algo distinto, eso es lo que se nos arrebató, la posibilidad de pensarnos distintos, aunque siempre nos sentimos otros.
Para pensar un feminismo propiamente mapuche es necesario tal como lo hicieron las hermanas bolivianas, darle un sentido propiamente mapuche al patriarcado, a la raza, a como nos reconocemos entre nosotros y nosotras al interior de nuestras propias vivencias, y estamos conversando sobre estas cosas, estamos actuando frente a estas situaciones. El mismo concepto de patriarcado no puede ser aplicado para todas las mujeres, a realidades de mujeres como nosotras, ya que las “formas históricas” (Jabardo, M. 2012: 219) de racismo nos fuerzan a cambiarlo, esto lo distinguieron muy bien las mujeres negras y le dijeron “mujeres blancas escuchad!” y esto es atingente a nuestras experiencias como mujeres mapuche, ya que el patriarcado opera también oprimiendo a la masculinidad mapuche.
El concepto raza creo a mi parecer es central a la hora de plantearnos como feministas mapuche, ya que es un concepto que nos ha sido negado, las feministas negras lo tenían grabado en la piel, en el caso mapuche la raza se mantiene invisibilizada tras el mestizaje al que abogaron los Estados Nacionales en su instalación, la raza mapuche existe hasta que surge el chileno (en ngulumapu (3), después mágicamente dejamos de ser útiles y nos convertimos en mestizos, por eso hay que mirar con desconfianza la categoría de mestizo, no tan solo porque nos mantiene en una ambigüedad, sino también porque su origen es epistemológicamente contrario a nuestra identidad, le sirve a la otredad para nuestra anulación. La raza no puede seguir pensándose desde términos biologicistas, y no tenemos por qué tenerle temor a la academia para establecer parámetros propios de lo que vamos a entender por raza.
Para estructurar un movimiento fuerte de mujeres mapuche frente a toda opresión tenemos que atrevernos a tomar la raza e introducirla como una herramienta de resistencia, nuestros abuelos y bisabuelos hablaban de raza y la entendían de manera distinta a la interpretación actual que se tiene de la misma, y esa interpretación no provenía de cuantos genes mapuche hay en nuestros cuerpos, desde nuestras realidades difícilmente podríamos medir bajo términos científicos cuantos marcadores mapuche nos hacen pertenecientes a la mapuchidad, los kuifikeche (4) hablaban de raza porque éramos uno, kiñeukeleiñ, en el pentuku (5) se buscaba la raza, teníamos un origen común esa es nuestra raza y ese debiese ser nuestro punto de partida para darle un giro a la interpretación, para introducir el concepto raza que se nos negó como mujeres indígenas, pero que actúa de manera solapada para mantenernos subordinadas.
Es así como opero el Estado Chileno desvaneciendo nuestras instituciones. Es ¿A caso debemos ser todas feministas? (Painemal, M., & Cañet. 2018), no necesariamente, respondo yo. Tenemos nuestros propios tiempos, dinámicas particulares, contextos propios que necesitan revisitarse, encontrarnos entre mujeres mapuche, entre las que somos distintas, el feminismo nos parece ajeno aún, porque no encontramos nuestros cuerpos mapuche en esa lucha, desde los feminismos nos preguntan siempre por la existencia del machismo al interior de nuestra cultura, pero nadie nos pregunta por el racismo, porque nos asumen mestizas.
Es así como la profesora Sonia Montecino un día en una clase del Magister de Género que yo cursaba, sabiendo que mi madre no tiene apellido mapuche, me puso la mano el hombro cuando hablaba de las mujeres mestizas, ahí nadie me pregunto a mí, si yo me sentía mestiza. Yo soy mapuche y mi madre es mapuche porque me pario a mí, por eso el primer paso tenemos que darlo nosotras. No somos sujetas que debemos ser salvadas, nosotras tenemos nuestras propias instituciones, es por eso que antes de que nos pregunten desde los feminismos sobre la existencia del machismo al interior de nuestra cultura, desde una posición de superioridad, desde un afuera descontextualizado, debiesen preguntarnos sobre la existencia o no de la solidaridad entre las mujeres al interior del pueblo mapuche, del kelludomowen (6), y eso debe ser uno de los primeros lineamientos para plantearse un lugar propio de resistencia, esa solidaridad siempre existió más allá del discurso, hemos estado trabajando juntas, y seguiremos trabajando juntas es así como el conocimiento de nuestras tradiciones ha prevalecido. Nunca me olvidare cuando llegue a la ruka de una organización en La Florida, a Lelfunche, y una lamngen que ahora es machi me incluyo de inmediato en la tarea de hacer lliwin kofke (sopaipillas) con las manos en la masa me iba enseñando y yo escuchando, las demás mujeres mayores que estaban ahí reunidas también me conversaban, aprendí mucho, era nuestro espacio, nosotras transformábamos el mundo mientras trabajamos para y por todos, por eso aprecio esas labores que desde el feminismo blanco pueden leerse como un lugar de dominación, para nosotras también pueden convertirse en un lugar de conocimiento, de encuentro y de fuerza entre mujeres, en el fogón haciendo sopaipillas me sentí libre con las demás lamngen, no sé porque tendría que salir de ahí para ser libre, si fue uno de los lugares donde encontré la libertad.
Resistimos desde el fogón porque es este un lugar propio, donde bajó la llallin Kushe (7) y nos enseñó a escribir a nosotras primero, desde ahí debemos volver a escribirnos, desde el kimün propio, nuestro domo kimün. Desde un lugar en que nos sintamos cómodas, en donde seamos libres entre nosotras, puede ser cualquier lugar, pero no un lugar donde otras nos quieran poner desde un afuera para liberarnos, nosotras las mujeres mapuche sabemos de libertad porque siempre hemos sido aves y seguiremos siéndolo.
La institucionalidad dominante quiso desvanecer estos espacio de encuentro, y si miramos a los feminismos de manera generalizada como una opresión general del hombre hacia la mujer estos espacios particulares de resistencia se desdibujan. En nuestro fogón somos nosotras entre lamngen, es nuestro lugar de poder femenino, transformador, en donde nos encontramos como mapuche domo, ahí todo se piensa haciendo, somos el centro porque todos están esperando lo que ahí sucede, aunque los grandes discursos sean contemplados desde la otredad, publicados y leídos desde la prensa, nadie más que nosotros podemos transitar por esos espacios de intimidad en nuestra ruka, por eso es importante recuperar la autonomía en los mismos, la pérdida de autonomía en este lugar propio es lo que ha generado que se quiebre la complementariedad, ahí opera el machismo, cuando empezamos a pensar el fogón como un lugar de opresión, como una jaula de la cual debemos salir, cuando desde la mapuchidad ahí están nuestras alas. La ruka y lo he dicho en otras oportunidades, tiene un lugar central y es el fogón donde estamos nosotras, ahí se generan las decisiones, es el adentro donde se cocina el mundo mapuche, y debe ser nuestro primer espacio de autonomía. Por eso es importante que este espacio esté libre de toda opresión o desvalorización de los sujetos que ahí estamos o circulamos. Donde realmente nos sintamos libres.
Si hablamos de feminismo mapuche si es que existiese o lo estamos forjando con estas acciones, más allá de las etiquetas, creo que tiene que ver con la búsqueda por recuperar la validación de los espacios que han sido despreciados por la sociedad dominante y de donde el feminismo blanco debiese aprender y complejizar su visión sobre las distintas opresiones que vivimos las mujeres. Como mujeres mapuche vivimos múltiples opresiones en donde el patriarcado como espacio de dominación del hombre por sobre la mujer no es la única que experienciamos. Vivimos la opresión histórica de nuestro pueblo tanto hombres como mujeres, vivimos el racismo y los hechos actualmente acontecidos nos dan la razón. Cualquier reflexión que hagamos como mujeres mapuche tiene que estar vinculada a nuestra historia de opresión como pueblo, si no es así invisibilizamos nuestra identidad y no podríamos seguir pensándonos.
Somos un pueblo que piensa en la acción por eso las mujeres pusimos nuevamente las manos en la masa, y estamos reestableciendo nuestros lazos de solidaridad y trabajo en conjunto revitalizando el kelludomowen, que la imposición de la familia nuclear, la monogamia, el individualismo, la heterosexualidad, el modelo económico, pretendieron destruir, pero como lo incivilizadas que somos y seguimos siendo, mantuvimos, somos un tremendo error en el sistema, y eso nos hace más fuertes, por eso he dicho que para nosotras no es un acto político mostrar nuestros senos desnudos porque siempre estuvimos más cercanas a estos que a la civilización que los cubre, y eso es una tremenda ventaja para pensarnos como mujeres.
La complementariedad está vinculada a nuestra forma de comprender el mundo como mapuche, a nuestra cosmovisión, lo masculino y lo femenino son complementarios, no se enfrentan sino que actúan como energías que potencian la vida, es así como en la naturaleza habita lo femenino y lo masculino, otorgando equilibrio a los espacios. La complementariedad ha de ser reclamada por un feminismo mapuche, más allá de la enunciación, es de donde podemos gestar nuestras demandas, un marco de protección que yace en las bases de nuestra diferencia, está vinculado a un horizonte ético que pone en cuestionamiento nuestras prácticas, ¿Cómo podemos ejercer violencia al interior de una relación afectiva en contexto mapuche, si apelamos a la complementariedad?, esto tiene que ser expuesto y como comunidad lograr volver a un equilibrio, a un complemento, reestructurar las instituciones propias que intervienen en estos desequilibrios o en estas distancias entre la práctica y el discurso, jamás silenciar o encubrir, por eso también en mi artículo: “LA FUNA: Algo huele mal en el Wallmapu y hay que gritarlo #NuncaMasSinNosotras”, insto a las mujeres mapuche a no guardar silencio, a gritar, y no con un objetivo castigador hacia la masculinidad mapuche que ejerce violencia, pu wentru lamngen me lo preguntaban a propósito de la Funa como acto punitivo (planteado por Rita Segato), sino porque como Pueblo tenemos que hacernos responsables, traer estos temas a la conversación política, darle la importancia que poseen, devolviendo la centralidad a nuestra cosmovisión y desde donde nos reivindicamos como mapuche, preguntarnos nuevamente por la complementariedad y su lugar en la práctica de la mapuchidad.
Pensar la complementariedad no solo es tarea de las mujeres mapuche, el hombre mapuche también tiene esa responsabilidad, preguntarse por el ¿cómo? Hacemos concreta, real y cotidiana nuestra espiritualidad, el mapuche ngen no habita en un lugar o momento determinado, nuestro ser mapuche está en el día a día, y por eso tanto hombres como mujeres tenemos que ponernos como base autonómica la práctica de la complementariedad, no basta con nombrar a la anciana y al anciano, al joven y a la joven, Kushe Papay, Fucha Chao/Wechewentru, Ülsha Domo, en el nguillatu. Ellos tienen que estar presente en cada acción que realicemos como mapuche.
No podemos negar que muchos wentru (8) se olvidaron de sus roles al interior de la cultura e hicieron suya la masculinidad del dominador, ellos fueron los que en un momento histórico salieron a enfrentarse al otro y tuvieron que vestirse con sus ropajes, en cambio nosotras nos mantuvimos firmes con nuestro tukuluwun, es por eso que sabemos lo que tenemos que hacer, nunca lo olvidamos, aunque inexplicablemente es la masculinidad mapuche la que siempre trata de ponernos en “nuestro lugar”. Los hombres mapuche tienen una enorme responsabilidad la cual es volver a pensarse más allá de la figura del weichafe, más allá de las distinciones que han hecho los otros sobre ellos, y es pensarse con nosotras como complemento. A lo que llamo Kisugünewün ruka mew weichan mew (9).
Tenemos que revisitarnos como pueblo desde el tema de la feminidad ancestral, esa es nuestra responsabilidad, a mi parecer las mujeres mapuche lo estamos haciendo pero nuestras masculinidades están carentes de fuerza en este sentido, les pido a los wentru que en sus espacios también piensen estos temas, que sin su newen (10) quedamos cojos en la tarea de despojarnos de la herencia maldita que dejo el wingka en nuestra historia. A los wentru les pido, dejen de preguntar en las marchas ¿dónde están las feministas? Y preguntémonos por nosotros mismos, no podemos pedirle a otros movimientos sociales algo que tenemos que resolver nosotros, en nuestras ruka y en la lucha, la autonomía no tan solo se juega cuando uno pone los pies en el afuera, sino también en cada instante que compartimos con nuestra gente.
Lo anterior también es un llamado para nosotras mismas. Las muertes de nuestras hermanas Iris y Rosa nos remeció como mujeres mapuche, y puso sobre la palestra varios temas que aún se mantiene en nuestro piwke (11) , preguntándonos ¿cómo es posible que se hayan encontrado dos mujeres ahorcadas en su casa?, rápidamente responsabilizamos a la violencia de Estado, el asesinato de Macarena Valdés nos mantuvo alerta, pero por respeto esperamos pacientemente algún comunicado de la familia al respecto, aunque algunas por rabia e impotencia queríamos decir algo, lo teníamos en nuestras gargantas. Interpelamos a otras, por el silencio, pero también nosotras guardamos silencio, por respeto, pero fue silencio al fin y al cabo, cuando supimos que fue suicidio, de acuerdo a las palabras de su familia, no fuimos capaces de preguntarnos nuevamente sobre el hecho, preguntarnos sobre nuestro propio bienestar: ¿En qué fallamos a nuestras hermanas para que tomaran esta determinación?, acaso tenemos que ser todas luchadoras sociales para que nuestras vidas importen, para que nos tejamos entre nosotras, ¿tenemos acaso que salir al espacio público para resistir desde lo nuestro?. Que las muertes de nuestras lamngen no sean en vano y podamos asumir que fallamos como mapuche domo, fuimos incapaces de mirar hacia nosotros mismos como pueblo, nuestras falencias, porque no podemos normalizar que madre e hija se suiciden juntas, algo paso ahí que como pueblo, como mujeres no pudimos resolver.
La movilización general de las mujeres en distintos territorios e identidades nos han impulsado a conversar nuevamente entre nosotras sobre nosotras, nos ha permitido volver a encontrarnos en el fogón, a sentirnos acompañadas, y hemos podido alzar nuestras voces porque nos encontramos nuevamente, esta es una oportunidad que no podemos despreciar, las cosas suceden por algo, dicen los kuifi, pese a las dificultades que existen en el contexto que habitamos como mapuche. Que nos pensemos como mujeres mapuche no quiere decir que nosotras queramos caminar solas, aunque fuera ese nuestro objetivo, sabemos muy bien que nunca como mapuche estamos solas, ni solos. Se están despertando temas que siempre han estado presentes como por ejemplo: Si jugamos o no Palin, el aborto, la responsabilidad sexo afectiva, las paternidades, las maternidades, la familia, la diversidad sexual, estas conversaciones internas han tenido mayor visibilidad y es un aporte que desde nuestra perspectivas también hacemos nosotras al movimiento feminista, nuestras voces dan la oportunidad a los feminismos de revisitar la multiplicidad de mujeres y planteamientos que existen, que hay mujeres como nosotras las mujeres indígenas que también somos oprimidas por otras mujeres.
Sigamos resistiendo desde el fogón, porque nuestra aspiración no es convertirnos en weichafe, o por lo menos no necesitamos la reafirmación externa, nuestra lucha ha sido continua, para eso hay varios mapumachos que quieren ostentar este cargo, aunque les quede grande el traje. Soñémonos distintas, insubordinadas como siempre hemos sido, y porque no, feministas mapuche, que tanto.
Fey muten.
Fuente: Mapuexpress