Soy mayor, gay e invisible
Antonio pasó más de una hora en la puerta de su casa. No podía atravesar el umbral sin sentir ese frío en el estómago que provocan los recuerdos de alguien que se ha ido para siempre. Su marido acababa de morir por coronavirus en un hospital de Madrid y ver cualquier objeto compartido era una invitación a llenarlo de lágrimas.
Con setenta y muchos, Antonio se ha quedado absolutamente solo. Su familia nunca comprendió que hace 30 años se fuera con el hombre de su vida y sus amigos pertenecen a una generación que, a pesar de los avances en diversidad y reconocimientos sociales, todavía vive acomplejada: son mayores, son LGTBI, no son ricos ni famosos, ni tienen fuerzas para seguir en la calle reivindicándose. Solo en la Comunidad de Madrid hay más de 160.000 personas mayores de 65 años LGTBI, un gran porcentaje de ellos viven solos.
“Muchos de ellos han vuelto a revivir los miedos de la pandemia del VIH”, afirma Federico Armenteros
Sin embargo, en aquel trance tan doloroso, cuando la soledad y la puerta de tu casa pesan más que tu propia existencia, una mano amiga en el hombro de Antonio sirvió para acompañarle. Federico Armenteros (Madrid, 1959), presidente de la Fundación 26 de Diciembre, estaba allí en la puerta con él para hacer más llevadero el viaje de vuelta a casa, para animarle a volver a conectar con su vida y sus recuerdos: “Estos mayores no pueden ni llorar a sus muertos. Con setenta y tantos años se le muere la persona de su vida y no pueden decir nada, porque muchos están todavía dentro del armario. Se quedan en el mayor de los desamparos”, nos cuenta Federico muy angustiado por teléfono.
Federico lleva media vida acompañando a mayores LGTBI en situaciones vulnerables y ahora con la crisis del coronavirus ha tenido que vivir experiencias muy al límite: “Muchos de ellos han recordado el confinamiento social que han soportado durante tantos años e incluso han vuelto a revivir los miedos de la pandemia del VIH. Antonio no deja ahora de culparse de haber contagiado de coronavirus a su marido: ‘¡He sido yo! ¿Por qué le infecté?’”, explica Federico.
“Tenía un andamiaje puesto y no se podía ver el edificio y cuando salgo del armario con 36 años me digo: ‘Esto hay que quemarlo, no quiero entrar nunca más”, rememora este activista
Quemar el armario
Hace 25 años el propio Federico pasó por algunos de estos miedos. Su vida era un tenderete construido a la medida del qué dirán, para agradar a los demás y a costa de su autoestima. De niño le gustaban cosas de niñas, se sintió rechazado y empezó a fabricarse un personaje que nada tenía que ver con el dictado de sus emociones. Ese personaje llegó a casarse, a tener una hija e incluso a ser feliz, pero no era realmente él: “Tenía un andamiaje puesto y no se podía ver el edificio y cuando salgo del armario, con 36 años, me digo: ‘Esto hay que quemarlo, no quiero entrar nunca más’. Lo quemé y en el momento que cae veo por debajo un edificio maravilloso”. Toda esa deconstrucción ha servido para levantar una vocación que trata de “dar el cariño que a ti no te han dado nunca”, nos confiesa.
Ese cariño lo reparte diariamente con personas como Antonio, o con las que conviven en los siete pisos de acogida que tiene la Fundación, o en su sede de la calle del Amparo, en el madrileño barrio de Lavapiés. Allí no hay día que no haya un taller, cinefórum, yoga o una sesión de mindfulness o del maravilloso programa No comas solo, que sirven de encuentro y socialización para esa generación que empezó a reivindicar los derechos LGTBI y que ahora se encuentra desamparada. “Empezamos a ver que nuestros mayores no van a los servicios sociales, que se han quedado en el proceso de víctimas, que están muy mal y están solos. Necesitaban un acompañamiento, alguien que se preocupara de ellos”.
Y es que, según el informe de la FELGTB ‘Mayores LGTBI. Historia, lucha y memoria’, a partir de los 50 años la visibilidad en los distintos ámbitos sociales de las personas LGTBI cae exponencialmente. Por ejemplo, si el 50% de los encuestados había reconocido su homosexualidad a su círculo de amigos entre los 30 y los 50 años, más allá de esa edad empieza a caer el reconocimiento hasta casi la mitad. Esto significa que conforme se hacen mayores muchas lesbianas y gais se enfrentan a nuevos armarios y discriminaciones debido al aislamiento y a la falta de recursos sociosanitarios adaptados a sus necesidades. “No quieren entrar en las residencias públicas. ¿Volver otra vez con quien los ha machacado toda la vida? Ni hablar”, nos explica Federico.
De la residencia a la corrala
Hace 10 años Federico tuvo un sueño. Que todos esos mayores pudieran compartir espacios de seguridad y cuidados específicos en una residencia pública sin miedo al rechazo: “No estamos con la idea de la exclusividad. Estamos mucho más con la idea de la inclusión”, para intentar no caer en la autoexclusión y el tradicional aislamiento.
Hoy ese sueño está a punto de hacerse realidad. La primera residencia pública del mundo para mayores LGTBI abrirá antes de finales de año con 62 plazas en un edificio de Villaverde, cedido por la Comunidad de Madrid. Plazas que, de momento, son para mayores dependientes, los más necesitados, y que contarán con la última tecnología: “Tendrán hasta sensores en los pañales para molestar lo justo y las camas distribuirán automáticamente el peso de los pacientes en los cambios posturales, sin la necesidad de entrar e invadir su espacio. Porque si estamos diciendo que es su casa, es su casa de verdad”, nos cuenta ilusionado.
“Si algo bueno nos va a traer esta crisis es la vida colectiva, la vida de barrio. Todos somos protagonistas y dentro de ese protagonismo está también la diversidad”, asegura Federico
Pero los sueños de los buenos nunca acaban, y el trabajo por la dignificación del colectivo se ha convertido en una obsesión para Federico, que ahora quiere implicar a otras generaciones. “Ahora estamos por buscar un modelo más abierto e intergeneracional, que incluso sirva para familias completas. Vamos a apostar por un modelo de cohousing (no me gusta nada esta palabra) en las antiguas corralas de Madrid”, para transformar el modelo tradicional de convivencia vecinal en un modelo de integración para todos y al que añadiremos nuevos servicios.
“Si algo bueno nos va a traer esta crisis es la vida colectiva, la vida de barrio. Somos los que conocemos. Todos vamos a ser protagonistas y dentro de ese protagonismo está también la diversidad”. De momento, Federico ya está en conversaciones con el concejal del distrito Centro para buscar otra cesión que continúe haciendo realidad el verdadero sueño de su vida: poder dedicarse siempre a cuidar a los demás.
Fuente: el país