La casa de Diana y Lohana | junio 1, 2022

Camila Sosa Villada: ‘Las travestis son los seres más hermosos que hay sobre la Tierra’


Camila escribió una Oda a mis tetas que se publicó en su primer libro de poesía La novia de Sandro (2015). En aquel momento, estaba muy orgullosa de los tímidos senos que habían brotado en su pecho por cuenta de un proceso hormonal. Nunca más volvería a utilizar tetas de goma que, como dice en el poema, incluso alguna vez se le cayeron encima de la estufa. Unos años más tarde, estas tendrían un nuevo tamaño gracias a su consagración literaria. Sosa publicó su novela Las Malas en 2019 y fue un éxito inmediato. Las ventas se dispararon y con el dinero que le llegaba por las regalías, decidió buscar al mejor cirujano plástico para travestís de la Argentina.

A sus 38 años, en el 2020, recién operada y superando la esperanza de vida promedio de las mujeres trans en América Latina –que son asesinadas o desaparecidas–, recibió una noticia: una tarde, durante los dos meses de recuperación desde su casa en Córdoba (Argentina), llegó a su celular una invitación para conectarse en una videollamada con el jurado del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el premio más importante para las mujeres en la literatura de la región. A ella, una escritora que se hizo mujer a través de las letras –y para quien escribir fue su primera forma de travestirse–, le fue concedido el galardón, más 10.000 dólares, en plena pandemia.

Camila Sosa Villada nació en La Falda, un pequeño pueblo en Córdoba, Argentina, en 1982. Su nombre era Cristian Omar. Sus padres –don Sosa y La Grace, como ella les dice– eran personas empobrecidas que vendían en la calle para sostenerse. Aunque desde niña tuvo que ayudarles, no perdían de vista enseñarle a su hija a leer y a escribir. Vivía con su madre, pero cuando la visitaba su padre, después de recuperarse de las borracheras, la sentaba en sus piernas hasta que escribiera bien los números y las letras.

Sus primeras publicaciones fueron cientos de cartas de amor inofensivas, a veces a mano y otras en su máquina Olivetti. Pero desde que aprendió a escribir su nombre, supo que Cristian no era ella: pasarían muchos años y se gastarían cientos de páginas de tinta para explicarles a sus padres que en realidad nunca lo había sido.


Camila debutó en el teatro en el 2009 estrenó con el espectáculo «Carnes tolendas, retrato escénico de una travesti». A finales de junio, se presentará en Bogotá en el Julio Mario Santo Domingo. Foto: Sebastián Freire

Pienso que hay una sobrevaloración de la vida. La vida, la vida, hay que vivir, por más que después vean a esos niños aspirando pegamento en la calle, pero están vivos.

Durante su infancia y juventud, le advertían que la iban a encontrar muerta en una zanja porque ese era –y es aún– el destino de muchas personas “como ella”. A los 18 años, buscó un futuro distinto a esas lamentables predicciones y escapó del pueblo donde se crió, Mina Clavero, a la ciudad de Córdoba para inscribirse en la universidad. Inicialmente, quería estudiar biología, pues le fascinaba la naturaleza, pero se decidió por Comunicación Social durante 4 años, y luego se cambió a Licenciatura de Teatro.

Una tarde del primer año pasó un tipo en un carro ofreciéndole dinero. Así se sostuvo ese mes. Y el otro. Era la primera travesti de su universidad y las ofertas de trabajo parecían no existir para ella. Meses después llegó al parque Sarmiento, en Córdoba, donde se reunían la mayoría de travestis, quienes cambiaron su vida.

En el 2009, en una suerte de milagro o azar, relatado en el prólogo de su nuevo libro Soy una tonta por quererte, Camila dejó las calles, se convirtió en una actriz y debutó en el espectáculo Carnes tolendas, retrato escénico de una travesti. Por su interpretación, recibió la mención como mejor actriz en los premios Teatro del Mundo de la Ciudad de Buenos Aires y llegó a ser una estrella en Argentina. El espectáculo se convirtió en una obra de referencia en el ámbito LGBTQ+ que, en el próximo mes de junio, se presentará en Colombia en el Teatro Julio Mario Santo Domingo.

De allí fue en ascenso. Además de Carnes tolendas ha protagonizado múltiples obras de teatro que le han valido reconocimientos como actriz, dramaturga y directora en su país. En el 2015 publicó su primer libro de poesía, La novia de Sandro. Tres años después, escribió un relato autobiográfico llamado El viaje inútil. En el 2019, mientras también trabajaba como cantante de jazz en un bar de Córdoba, el reconocido editor Juan Forn –fallecido el año pasado– la descubrió y, de su mano, publicó la exitosa novela Las malas, donde recogió y transformó sus memorias del parque Sarmiento como prostituta. Ese año (2019), también publicó la novela Tesis sobre una domesticación.

Además del Sor Juana, la novela Las malas conquistó el Premio de Narrativa Finestres de Barcelona (2020) y el premio francés Grand Prix de l’Héroïne 2021 en la categoría mejor novela extranjera. Fue considerada una de las mejores novelas del 2019 y ha sido traducida a más de diez idiomas.

A Camila no le gusta que le pregunten si sus textos son autobiográficos ni que la interroguen por sus influencias. Dice que se iba a llamar ‘Valentina’, pero prefirió ‘Camila’ cuando vio la película Camille Claudel (1988), sobre la escultora francesa. Prefiere que digan ‘travesti’ y no trans, porque dice que este último término es una higienización del estigma social de ser ‘trava’. Toda su vida y obra es una reivindicación de las mujeres travestis que no han sido reconocidas en la historia y en su presente. Por eso, en su visita a Bogotá –a propósito de la Feria del Libro en la que habló de su nuevo libro de cuentos Soy una tonta por quererte–, visitó y se enamoró del grupo de mujeres travestis del barrio Santafé, del cual dijo: “De muchísimas experiencias en ferias, fue la primera vez que se habló de literatura”.

He hablado con varias amigas que se daban cuenta de quiénes eran porque las insultaban, ¿sabes? Yo me crié siendo el ‘mariconcito’ de la escuela, del barrio, del pueblo

¿Tiene primeros recuerdos o sensaciones de no ser lo que sus padres y la sociedad esperaban de usted?
Me acuerdo de los castigos por no sentarme como un varón, por no hablar como uno; de los adoctrinamientos que hacían mi papá y mi mamá. A cintazos, a golpes; en la escuela, las burlas, los insultos. Yo creo que los insultos son determinantes en infancias como la mía. He hablado con varias amigas que se daban cuenta de quiénes eran porque las insultaban, ¿sabes? Yo me crié siendo el ‘mariconcito’ de la escuela, del barrio, del pueblo… escuchaba las conversaciones que mi papá tenía con mi mamá de noche, que se preguntaban por qué hablará así, por qué será de esta manera. Además, no disfrutaba de la compañía de los varones. No me gustaban los deportes que hacían los varones, no me gustaba estar entre ellos.

¿Tiene algún recuerdo particular de esa época?
Un recuerdo que me marcó muchísimo fue en quinto grado. Estábamos en un recreo y yo estaba saltando el elástico… se ponen dos niños en una punta y otra con un elástico entre las piernas y vos tenés que saltarlo [‘chicle’, en Colombia]. Estábamos jugando con unas compañeras de curso y llegó un momento que sentí que me agarraron de la oreja duro y me sacudieron tas tas tas. Era una maestra que ni siquiera era de mi aula, la señorita René. Y me dijo: “Los niños no juegan al elástico, juegan al fútbol”. Entonces recuerdo que me fui a llorar al aula sola y las nenas con las que yo estaba jugando le contaron a mi maestra que se llamaba Roxana. Yo no le quería contar, le contaron las chicas y después la escuché a los gritos peleando con la otra maestra en el pasillo de las aulas por lo que había hecho, porque además me había violentado de esa manera. El adoctrinamiento siempre vino por parte del insulto, no hubo otra forma de hacerlo. Por supuesto, yo era además muy rebelde y les tenía miedo a muy pocas cosas, así que no resultó nada de todo lo que intentaron hacer.

La naturaleza siempre está presente en sus libros. Desde niña está rodeada de esa presencia natural y salvaje, ¿no?
No era amable para nada la naturaleza. Yo amo las ciudades, no me gusta el campo, a pesar de esto que escribo, pero fue tan importante para mí haber sido niña y haber estado en presencia de ese monstruo que te rodeaba y que no sabías si te iba a tragar o no. Yo tenía toda esa libertad para recorrer ese monte de punta a punta, de andar y reconocer los peligros que implicaba estar viviendo ahí, saber que te podía morder una víbora, que te podían comer las abejas, que te podías caer a un pozo. Esta naturaleza inevitablemente me marcó muchísimo.

¿Eso fue en Mina Clavero?
No, nosotros vivimos 4 años entre Los Sauces y Cruz del Eje, que está al oeste de la provincia de Córdoba y es un paisaje con muchísimo calor todo el año. Además, no teníamos contacto con la civilización porque no teníamos luz eléctrica. No teníamos gas, agua, corriente, entonces éramos un poco salvajes… ¿Sabes? Mientras más pobres eres, más vinculado estás con la naturaleza. Mina Clavero era un poco más civilizado, era un pueblo de 5.000 habitantes en ese momento, cuando nos fuimos a vivir ahí. Como era turístico, en el verano se quintuplicaba la población. De todas maneras la naturaleza estaba ahí, era algo que tú podías salir de tu casa, caminar dos cuadras y estar en medio de un río en silencio donde no había nadie. Era todo ese mundo para una persona de 10 años, para un niño. Hay algo de la literatura, que digan lo que digan, siempre se sienta en ese corazón de niño. Es como si ocurriera ahí, en ese momento, el germen de una escritura… de una lectura también.


Camila Sosa Villada. Fue protagonista en 2011 en la cinta Mía, actuó en la miniserie La viuda de Rafael (2012), en Despierta, corazón dormido/Frida (2015), La chica que limpia (2017), entre otras Foto: Sebastián Freire.

Es curioso que en el último cuento de Soy una tonta por quererte, las travestis puedan tener hijos y no sean humanos, sino perros, cachorros. ¿Por qué busca describir a sus personajes a partir de los animales?
Los primeros libros que yo leí cuando era chica eran Colmillo Blanco, El libro de la selva, Bajo las lilas y Jerry de las islas, todos protagonizados por animales. Después leí Flush, de Virginia Woolf, y entendí que había algo en lo animal que me interesaba mucho más que lo humano. Me da la sensación de que los animales y las travestis son personajes mucho más interesantes que el común de una población. Es una astucia literaria. Viste que los perros en Las malas y en mis cuentos tienen una presencia afectiva y primaria para todos los personajes; en Las malas, viste que las defienden, las acompañan; hay una que se vuelve perro, además. En el libro de cuentos también hay un niño que está con su perro, que es el que desata la tragedia familiar.

Sí, el primero. Sobre ese cuento, aprovecho para preguntarle por la relación con sus padres y la literatura. Su papá la ponía en las piernas para enseñarle a escribir, ¿no?
Lo hacía así… tengo recuerdos de eso que perduran. Él volvía del trabajo y me compraba cuadernos en los que yo tenía que escribir todos los días mi nombre, las letras del abecedario, los números del 1 al 10. Yo tenía 3 años, y ya sabía hacer todas esas cosas, reconocía las letras. Y mi mamá se ponía a leer al lado mío, leía la Biblia, además, una Biblia para niños.

¿Aprendió a leer con la Biblia?
Así es. Ella se ponía a leer a mi lado, iba con la uña, señalaba lo que iba leyendo y la lectura entró como inconscientemente. Nosotros venimos de una familia de campesinos, mis abuelos eran analfabetas y mis tías escasamente terminaron la secundaria. Mi mamá no la terminó, mi papá sí. No sé si de alguna forma ellos habrán querido vengarse de ese analfabetismo, de esa falta de educación. Cuando cumplí 8 años, para mi cumpleaños mi mamá me regaló 4 libros usados, los que te dije antes. Ella me acompañaba a leerlos.

De pequeña también escribía cartas de amor.
Como mi papá no vivía con nosotras y se iba, se comunicaban a veces por cartas. Mi mamá le escribía cartas de amor y mi papá hacía promesas y le decía, “yo voy a dejar de beber, vamos a hacer una casa… voy a cambiar”. De modo que siempre fue una herramienta también para poder decirnos cosas. Después, cuando comencé a travestirme, muchas veces les dejaba cartas porque no sabía cómo hacer para explicarles todo esto que me estaba pasando. Eran herramientas para tender un puente.

Esa fue su primera forma de convertirse en escritora.
Sí, también es entender que la literatura no es algo elevado por encima de las mentes comunes. En Santafé (Los Mártires, Bogotá), de muchísimas experiencias en ferias de libros haciendo promoción de Soy una tonta por quererte, hablando con muchísima gente, fue la primera vez que se habló de literatura. Ellas preguntaban: “¿Qué tengo que hacer para escribir?”, y una se paró y recitó todo el comienzo de Cien años de soledad, otra se paró y recitó un poema. Otra escribía taquigrafía para que nadie supiera lo que estaba escribiendo. Entonces yo me decía: ¿qué es la literatura?, ¿es esto?, ¿o son estos pelotudos que están en la Feria del Libro hablando de cómo escribieron sus novelas, sentados en su escritorio de caoba diciendo: ‘bueno, esto es literatura, esto no lo es, esto es autoficción, autobiografía, investigación… esto es tal cosa’? No es más que una herramienta para evitar un universo que es muy violento. La literatura comienza a hacer una tregua, encerrar sobre el cuerpo algo del exterior que se cuela, que nos contamina y nos lastima y nos hace perder nuestro horizonte. Entonces me da la sensación de que eso fue un recuerdo de las cartas entre mi mamá y su hermana, y la ansiedad con la que esperaban las cartas, la ansiedad con la que se respondían. Era increíble y esa es la literatura.

La literatura es más cotidiana de lo que pensamos…
Lo que pasa es que es una amenaza para el establishment literario. Yo lo noto constantemente como cuando intentan bajar el precio de mi literatura diciendo, “es autorreferencial, autoficción, no sabe escribir otra cosa”, o bueno, “otra vez Camila hablando sobre las travestis”. Se sienten amenazados de que cualquier persona que provenga de una región que no es la academia, con visiones inesperadas, haga literatura. Los pone en peligro porque en realidad les demuestra lo mediocres y comunes que son, como somos todos. Además, pensá en la enorme subestimación a los lectores que hay. Cómo vos pensás que tenés el poder para decir qué puede leer la gente y qué no puede leer… así me toque a mí, yo también veo escritores que leen cosas que a mí me parecen una mierda, pero, pero por qué le voy a decir, no, eso es una mierda, no lo leas, si la relación con la literatura es íntima. Es como un amante, no les puedes decir “no te cojas a ese”.

Me drogaba, tomaba cocaína, alcohol, tomaba whisky con rivotril. Además, la sexualidad como la naturaleza implicaba un riesgo como un abismo.

Empezó a travestirse a los 16 años…
Antes; a los 14 yo ya me vestía y salía a dar una vuelta en la noche cuando mis papás se iban por el barrio. Era un secreto, así que trataba de evitar encontrarme con cualquiera. Agarraba la bicicleta y me iba por las rutas, y en alguna parte del camino paraba, me hacía así con la remera [se la sube y amarra] y me la ponía como una pupera (ombliguera). Tenía un shortcito muy corto que me había quedado de cuando era más niño y salía a andar en bici por la ruta. Andaba y andaba.

¿Qué sentía?
Era una sensación de muchísimo vértigo, peligrosidad, la sensación de estar cometiendo un crimen, de estar traicionando a papá, mamá, a una sociedad; la sensación de estar sola frente al mundo era superimpresionante en la naturaleza. A la orilla del río estar sentada haciendo nada, estar ahí… Era muy estimulante.

¿Cómo llegó a ser prostituta?
Bueno, era algo inevitable… Iba a pasar o iba a pasar; no había otra forma de hacerlo. Intenté varias veces buscar trabajo en lo que fuera y no había forma. En algún momento tenía que comer, pagar el alquiler. Mis papás eran pobres, no me podían ayudar. Yo veía a mis compañeras de universidad tener las heladeras llenas, vivían en departamentos, tenían ropa nueva… comían todos los días, salían los fines de semana, y en algún momento lo tuve que hacer, fue inevitable.

¿Le daba miedo al principio?
No, no; estaba bastante anestesiada. No tenía ninguna sensación en particular. Era automático. La anestesia era por las drogas. Me drogaba, tomaba cocaína, alcohol, tomaba whisky con rivotril. Además, la sexualidad como la naturaleza implicaba un riesgo como un abismo. Algo que podía ser muy peligroso también, como acercar la mano al fuego.

¿Cómo fue esa primera vez?
Recuerdo que iba caminando por la calle, venía de la facultad, se paró un auto, no recuerdo ni su rostro ni cómo era el auto ni nada, y lo llevé a la pensión. Hice lo que tenía que hacer y me pagó. Eso fue suficiente. Era muy tentador el hecho de que te pagaran por algo que era placentero además. Después había clientes que bueno, no eran ni guapos ni interesantes y además olían mal, y eran feos. Ahí ya no era tan placentero, pero por lo general, era una mala prostituta, entonces yo elegía con quien acostarme.

¿Cómo es una buena prostituta?
Supongo que una que hace dinero, una que sabe hacer dinero con su cuerpo.

Pero por mucho tiempo se sostuvo con ese dinero…
Sí, y también limpiaba casas. Siempre fue desde mi cuerpo… limpiaba casas, vendía cosas en la calle, pero siempre fue con él. Es interesante cómo se borra el cuerpo cuando una está limpiando mierda ajena. Nadie habla de eso. El estigma siempre es sobre las prostitutas. Yo recordaba que tenía que ir a limpiar mierda, literal, de un inodoro, y sentir asco; agarrar bollos de pelos, lavar restos de comida ajena, vender helados en la calle, ahondar en las miserias… y era con el cuerpo también. Era una forma de prostituirse claramente. Antes de ayer estaba acá en la FILBo sintiéndome verdaderamente muy mal, a punto de desmayarme, firmé 200 libros. ¿Por qué eso no es prostituirse? No hay mucha diferencia entre las chicas de Santafé que vi ayer y lo que yo estuve haciendo acá. Yo tendría que haber estado acostada recuperándome.

Esa cosa de preguntar cuáles son tus influencias a una persona que hizo su cuerpo, inteligencia y sabiduría estando sola en el mundo. ¿Cuáles son tus influencias? Qué sé yo; las drogas serán”.

De su experiencia como prostituta y sus compañeras del parque Sarmiento se inspiró para Las malas. Hay quienes la han comparado con el realismo mágico, pero no le gusta tanto la idea.
Yo digo que es una ciencia ficción pobre. Me gusta más esa definición de lo que yo escribo, porque además, por lo menos en Las malas, no es que primero hago el pacto con el realismo y empiezo a hablar de algo real que sucede, prostitutas sufriendo, en un mortal frío. Al contrario, me parece que la realidad está invitada a esa enorme ciencia ficción que es el libro. Pero eso lo puedo decir yo.

¿Le incomoda que la relacionen con vanguardias o escritores?
Ayer estaba firmando un libro y me dijeron… “me hizo acordar mucho a Severo Sarduy”, y yo nunca lo he leído, no sé quién es. Otros me decían, “no, a mí me hizo acordar mucho a [Pedro] Lemebel”, pero yo a Lemebel lo leí de grande, no cuando era chica. Bueno, García Márquez sí lo leí de chica, pero igual yo no veo nada parecido. Esa cosa de preguntar cuáles son tus influencias a una persona que se hizo sola, que hizo su cuerpo, inteligencia y sabiduría estando sola en el mundo, agarrando las cosas como a manotazos, me parece una falta de respeto tan grande y de una torpeza además. ¿Cuáles son tus influencias? Qué sé yo; las drogas serán. Siempre me acuerdo cuando hablan de eso de una mujer bajo influencia; bueno, la influencia es la locura siempre.

Ha dicho que volvería a ser prostituta si no fuera escritora o actriz, ¿lo haría?
Yo lo que sé es que no sé si esta vida es mejor que otra, pero el lugar donde yo estoy, desde el que te puedo responder, es intransferible. No sé si es mejor o peor. No lo sé. Pero claro, es liberador saber que se puede hacer dinero de esa manera. No necesitas mucho más que hacer un anuncio en una página de internet o pararte en una esquina o de la manera que sea que te prostituyas. Me libera, es como decir: mando todo a la mierda si total de hambre no me voy a morir. Solo eso.

Una vez tomó un frasco de pastillas para acabar con su vida. ¿Puede contarme?
Sí, ¡qué estúpida! Fue por un hombre. Estaba siendo muy maltratada por todo el mundo, mis viejos no me daban bola. Tenía 21 años. No tenía para comer, me sentía sola, gritaba y nadie me escuchaba. Pero ahora pienso que hay como una sobrevaloración de la vida. La vida, la vida, hay que vivir, por más que después vean a esos niños aspirando pegamento en la calle, pero están vivos. Yo creo que la vida vale la pena si es linda, si te da gusto vivirla. Si no, ¿por qué deberías vivir?, ¿por qué debería ser de otra forma? Esa sobrevaloración de los vivos me parece un poco de gente poco inteligente. Pero bueno, tenemos esa cosa cristiana, católica, de valorar muchísimo la vida aun en las peores condiciones; gente que no quiere vivir, la obligan y tiene que hacerlo porque la vida es importante, pero qué sé yo. Eso es algo muy íntimo.

¿Qué la detuvo a usted para no terminar su vida?
El miedo. Sentí terror. Además la cultura occidental con su idea de infierno, que no hay nada más allá, me dio miedo.


El nombre de su último libro está inspirado en una canción del Álbum musical de Billie Holiday ‘Lady in Satin’. Camila también es cantante. Foto: Sebastián Freire.

En el prólogo de su nuevo libro cuenta el viaje de sus padres al desierto para ver a La Difunta Correa, una santa popular, para pedirle por usted. ¿Cómo fue eso?
Mi mamá me llamó por teléfono y me dijo: “Estamos yendo a ver a la Difunta y vamos a hacer una promesa a ver si encuentras un mejor trabajo”. Ellos sabían que era travesti, pero no que me prostituía. Pero lo sospechaban. A veces aparecía golpeada y les decía: “Me caí”. Pero es muy poderoso para escribir pensar en ese matrimonio cruzando el desierto, haciendo una promesa a una santa popular. Estando en contacto con toda esa imaginería. El hecho de no tener nada para ofrecer más que tu cuerpo subiendo una loma y que luego ese milagro se cumpla. No sé si fue la Difunta Correa, algo más o fue suerte, las cosas estaban dadas para que pasaran de esa manera, pero me parece puramente literatura.

Tres meses después cambió de trabajo. ¿Usted cree en Dios y los milagros?
No sé. No me comunico con Dios hace mucho tiempo, de verdad, pero sí creo que son milagrosos los amigos, es milagroso hacer el amor, es milagroso querer a alguien, ver cómo florecen las plantas en un balcón, es milagrosa la naturaleza, por supuesto, están ahí sin intervención divina, sino todo es por la naturaleza.

¿Cómo es su relación con su padre? Dicen que se impresionó mucho cuando la vio por primera vez en su obra Carnes tolendas, un espectáculo en donde habla mucho de su pasado.
Sí, la pasó muy mal. Le agarró una hemorragia por la nariz, se tuvo que levantar, no vio el final, fue muy fuerte. Con él no hablamos de eso. Él habla de otras cosas, tiene un lenguaje estrecho, pero me hace pan casero. Cuando voy a visitarlos, se ocupa de comprar carne riquísima y dice: “Bueno, hija, hoy voy a cocinar esto; ¿te gusta?, ¿qué quieres que hagamos?, ¿quieres que hagamos empanadas?, ¿quieres que las lleve al río, que vayamos a tomar algo a la noche?”. Supongo que es esa su forma de amar.

No me comunico con Dios hace mucho tiempo, de verdad, pero sí creo que son milagrosos los amigos, es milagroso hacer el amor, es milagroso querer a alguien…

¿Cuándo se puso las tetas?
Antes me había hormonado. Yo ya tenía unas tetas muy bonitas; muy chiquititas, pero lindas. Además, muchos hombres que me han amado me decían, “no, no te operes; tus tetas son hermosas”. Y cuando empecé a tener dinero me encontré con una amiga, con Lola, que se había operado. Ella tiene 50, y le habían quedado muy bien. Lo que pasa es que las tetas a las travestis a veces no les quedan bien porque los cirujanos no están especializados en eso, en cómo se opera el cuerpo de una trans; tenemos un torso un poco más grande. Entonces se ponen las tetas y les quedan muy separadas, muy artificiales, y ella había dado con un gran cirujano. Le pedí el contacto, lo llamé. Eso fue en el 2020. “Te va a doler así, te va a pasar esto, tienes que estar tanto tiempo en reposo, pasar tanto tiempo con un corpiño de esta manera”, decía. Un día me metí al quirófano y a las tres horas estaba ya con las tetas puestas, nada más.

¿Qué pensó cuando se vio en el espejo por primera vez así?
La primera vez fue espantoso porque eran como dos pedazos de carne así, duras, moretoneada además, vendada. Yo ya sabía que eso iba a mutar, que iban a ir desinflamando, porque eran dos cosas enormes, y ahora me encantan. Había escrito un poema que se llama Oda a mis tetas, que está en La novia de Sandro (2015). Empezaron a salir por las hormonas y es una sensación muy fuerte, erótica, reconocer la cantidad de terminaciones nerviosas que hay en los pezones, y lo que provocaba en los tipos. Bueno, hay muchos fetichistas que les gustan las tetas chicas, no les gustan las tetas grandes. Ahora tengo que escribir la segunda parte, que es con la silicona puesta.

¿Qué ha hecho con el dinero de los premios y los libros, además de la operación?
¡Beber! Miles de pesos en buen alcohol, buenos regalos a mis padres, a mis amigos, ayudar amigos en desgracia, comprarme cosas que necesitaba, muebles. Me acuerdo que antes de operarme me compré una heladera con freezer. Yo tenía una chiquita y me compré una heladera porque necesitaba tener comida para esos dos meses que yo no iba a poder cocinar [por la cirugía]. Y yo nunca había tenido tele, así que me compré un televisor grande. También compré mucha marihuana; bueno, me acuerdo de darme la gran vida con mi novio.

En sus libros, los hombres ‘buenos’ no tienen cabeza. Dice que ellos no tienen la cabeza puesta donde los demás hombres sí. ¿Conoce alguno?
¡Miles! Los hombres sin cabeza tienen un poco de todas las cosas buenas que han tenido mis novios o amantes que he querido mucho. Gestos que han tenido conmigo. Me han amado mucho [risas]. Pero ahora estoy haciendo un duelo. Me separé hace muy poco tiempo.

En Las malas dice que las travestis son para desear, pero no para querer. ¿Cómo se quiere a una travesti?
Yo a las ‘travas’ las quiero muchísimo, con fervor, con admiración; me parecen los seres más hermosos que hay sobre la Tierra [se le quiebra la voz], y son realmente dotadas de una fuerza muy sobrehumana, un sentido del humor cáustico. Yo las quiero así. No sé cómo las quiere el resto…

Ha venido dos veces a Colombia. ¿Qué se ha llevado de sus visitas a Cartagena y Bogotá?
La relación con mis editores, Mariana, David; las butifarras, ¡por Dios, qué delicia! También celebré mi cumpleaños en Cartagena y allí me llevé un amante joven, 27 años, negro, bello, inteligente, buen amante. Eso me llevé de Cartagena.


La escritora argentina Camila Sosa Villada es la portada de la edición 117 de BOCAS
Foto: Revista BOCAS

Entrevista por Gabriela Herrera Gómez.
Fotos Sebastián Freire.

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