Todes somos estudiantes: el aprendizaje infinito en experiencias igualitarias y transformadoras
“Aprender no es sólo aumentar el ‘stock’ de saberes, es también -y puede que primordialmente- transformar las formas de concebir el mundo. Sabemos bien que nuestros momentos de descubrimiento son a menudo aquellos que nos permiten ver las cosas de otro modo, sin tener que saber más”. Esta frase del pedagogo francés Jean Pierre Asfolti es una de las favoritas de la ilustradora y docente Flor Capella. Y transmite la esencia de una propuesta que plantea que ese aprendizaje no tiene límites. Es infinito.
En medio de un contexto político que desfinancia y ningunea el saber y la enseñanza, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires eligió para este año la premisa Arte es educación. En ese marco se inscribe El aprendizaje infinito, una muestra sobre experiencias desarrolladas en Argentina entre los siglos XX y XXI “impulsadas por artistas, educadores, pedagogas pioneras y proyectos de democratización del saber, organizados desde las instituciones y sus márgenes, con una misma raíz igualitaria, experimental y transformadora”.
¿Podemos cambiar los modos rutinarios de la educación formal desde las prácticas artísticas? Es uno de los interrogantes alrededor de los que gira la muestra. Cuenta con la curaduría de Jimena Ferreiro –y la colaboración de Alfredo Aracil-. ¿Es acaso posible enseñar a ser artista? ¿Es factible poner el cuerpo y los afectos en el centro de la enseñanza? “A partir de preguntas disparadoras como estas, la exposición afirma que el aprendizaje y la imaginación son imprescindibles para ensayar una nueva forma de vivir juntos”. Y juntas. Y juntes.
Pluriversidad de saberes
“Si pensamos en la educación como el alimento que recibimos para expandirnos y para tener autonomía y pensamiento crítico, es importante rescatar todas las experiencias posibles. Para que el colectivo se alimente de cada una de las experiencias de quienes forman parte de ese pequeño espacio micropolítico –como puede ser un aula-. Tenemos la necesidad de hacer visibles todos los saberes posibles que responden a todas las diversidades posibles: sexogenéricas, sociales, de países de origen. Hay pluriversidad de diversidades. Creo en la multiplicidad de saberes, en la pluriversidad de saberes”, dice Marina de Caro, Licenciada en Historia del Arte (UBA), activista y docente.
Entre sus obras en El aprendizaje infinito hay cuatro piezas de la serie Picnic que toman como referencia los picnics anarquistas de mediados del siglo XIX y principios del XX para pensar otras pedagogías posibles. “Escuela de las emociones perdidas”, se lee en uno de los óleos sobre tela, goma espuma y cierre.
“Los picnics son pequeños espacios físicos donde no hay paredes. Donde todo el mundo puede transitar, durante el tiempo que quiera. Escuela es un lugar de aprendizaje, de alimentarse. Puedo aprender de un encuentro fortuito, de millones de lugares y personas. Esa es la riqueza del aprendizaje. Esas escuelas están abiertas a todo el mundo para aprender de maneras diversas. Las pedagogías posibles son infinitas también. ¿Cómo poder enunciar eso? Estos picnics me encanta pensarlos como escuelas abiertas y transportables que pueden ponerse en cualquier lugar. Y tan económicas, sin ningún edificio. Decidí hacer todas las escuelas que me gustaría que existieran: con maestros disidentes, escuela del ocio, de estar a la escucha, de no ejercer la razón. Millones de escuelas que necesito enunciar y creo que no me va a alcanzar la vida para hacerlo”, piensa.
La identidad colectiva de un color
Su mirada sobre las múltiples formas de aprender está también en la obra El color no es inocente –mural de Cromoactivismo realizado junto con Guille Mongan, Vic Mussoto y Daiana Rose-. Verde aborto. Verde Norita. Azul sin yuta. Marrón de cada provincia argentina. Violeta que ama al marrón. Rojo furia travesti. Blanco público y gratuito. Gris plomo nunca más. Un mural multicolor que se lee de acá para allá y de allá para acá, con tantas combinaciones y cruces de colores como espectadores haya para observarlo.
“El color ha sido un elemento que culturalmente siempre funcionó como un reflejo de los imaginarios culturales de las diferentes comunidades. El blanco para Oriente implica muerte, mientras que para nosotros es el negro. Está cargado de sentido simbólico y de valores que representan a una comunidad. El mercado y la industria se lo apropiaron. Cromoactivismo quiere recuperar el campo simbólico del color para las personas, la sociedad, los colectivos, los individuos”, plantea De Caro. Y añade que “la identidad de cada color solo se construye colectivamente. No existe el color aislado. No es lo mismo un rojo al lado de un azul que de un negro o un verde. Es otro rojo. Está constantemente en diálogo con otros. Esa manera de comportarse del color me parece que es un maravilloso reflejo de esas sociedades y esas micropolíticas que pueden ser un aula”.
Campamentos y epistemologías del compartir
Como los picnics del siglo XIX, están los campamentos del siglo XXI. Kekena Corvalán, profesora, curadora y escritora feminista, reprodujo en el Museo una pequeña porción del Campamento Artístico Curatorial. Una experiencia que ya tuvo varias ediciones desde 2019 en distintos territorios. Telas bordadas, guardapolvos intervenidos, piezas tejidas, parches y pañuelos forman la lona o el suelo de ese campamento convertido en instalación museográfica, con un televisor que transmite de forma permanente fragmentos de esos encuentros entre personas interesadas en el arte desde distintas miradas, con diferente formación y trayectoria, donde no hay roles de enseñanza/aprendizaje sino la consigna de compartir.
“Los campamentos proponen formas de aprendizaje colaborativas, co-diseñadas. Donde no hay una verdad a priori. La verdad surge del roce con otres. Hay una epistemología del compartir, del contacto. Vamos a construir el conocimiento para nosotres, y el aprendizaje es un bien social que se construye colectivamente. Los campamentos para nosotres son acciones colectivas. Son políticas. La política es la forma más alta de amor colectivo”, postula Corvalán. “Los campamentos no cumplen ninguna cuota. No tenemos una cuota de diversidad, de disidencias, de gente joven, de gente grande. Nosotros somos la diversidad”, destaca.
Todes somos estudiantes
“Con ese pedacito de los campamentos en el Museo se trata de mostrar el estado de fiestas. Como nos enseñaron nuestras hermanas travesti trans, se lucha peleando en la calle, bailando, cocinando. En los campamentos se cocina, se comparte, se abraza, se cuida, se baila, se canta. Lo que quisimos es hacer ronda», dice.
«Creemos realmente que hay que agrandar la mesa, agrandar la ronda. Que el que tiene, tiene que compartir. Que el que sabe tiene que enseñar. En ese proceso, el aprendizaje siempre es co-diseñado. En ese encontrarnos hay maestras jubiladas, hay doctoras del Conicet, hay gente que no tiene la secundaria terminada. Todes somos estudiantes. Eso lo remarcamos mucho: valorar el ser estudiante”, define la artista y educadora en el marco del Día del Estudiante y en un momento en el que el estudiar, como proceso continuo, está desvalorizado y sólo atado a la noción de resultados y éxitos.
Imaginar otras realidades y comunidades
“Cuando una travesti entra a la universidad, le cambia la vida a esa travesti. Muchas travestis en la universidad le cambian la vida a la sociedad”, dice una sonriente Lohana Berkins en el abrazo colectivo que pasó de viñeta a mural para contar entre las experiencias de aprendizaje infinito la del Bachillerato Popular Mocha Celis. La pintura sobre pared fue producida por Fátima Baroni a partir de ilustraciones de Flor Capella publicadas en el fanzine del proyecto.
Originalmente, ese comic fue un trabajo colectivo entre el primer Bachillerato Popular Trans y No Binarie del mundo y Agencia Presentes, con apoyo del Goethe Institute. Después les estudiantes y docentes pintaron y recrearon el mural en una plaza cerca de la Mocha, que queda en Avenida Jujuy 748, para darle la bienvenida en el barrio a la escuela que nació para tejer por la igualdad de derechos en la inserción en la educación formal.
La parte de la muestra que cuenta a la Mocha se inserta entre otras experiencias educativas en contextos de vulnerabilidad social, como el centro educativo Isauro Arancibia –para personas en situación de calle- o el Frente de Artistas del Borda.
“El aprendizaje infinito tiene que ver con la comunidad educativa en sí. Lo que más se aprende es lo que se arma en el grupo. No tiene tanto que ver con lo que trae el docente sino que la interacción entre las personas va armando el proceso educativo”, dice Capella. Ilustradora, es docente de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA e integrante de la colectiva Hay Futura, además de colaboradora en Presentes.
“La imagen es representación. Tiene que ver con representar realidades, personas, a nosotras mismas. Para mí es clave que la imagen no es un espejo de la realidad. Es una representación y como tal crea sentido. Crea realidades. Es imaginar también otras realidades”.
“Estamos en un momento recontra frágil, donde es importante armar lucha y resistencia. Si bien el foco (de la lucha) tenía que ver con la inclusión de la diversidad en la educación, ahora es que subsista la educación. Se fue a un lugar más básico. Casi no hay espacio para poder profundizar en otras cosas. Es abrumador”, reflexiona. “Uno puede pensar en una pedagogía de vanguardia, pero a veces en nuestro contexto tenemos que luchar por lo básico”. Defender el derecho a enseñar y aprender, pese a todo.
Capella comparte otra de sus frases de cabecera como docente, esta vez del pedagogo Philip Wesley Jackson: “Enseñar consiste en seguir generando el deseo de conocimiento”.
Agencia Presentes.