Alana S. Portero: “Asistimos a una salida del clóset facha, pero son estertores de un mundo que terminó”
Alana Portero se fogueó entre el teatro y los submundos góticos que la habilitaron a jugar con el género cuando salir del clóset en el barrio madrileño de San Blas parecía algo imposible. Empezó a escuchar a Depeche Mode sin entender nada. Luego vinieron The Smith y The Velvet Underground, mientras en los ‘80 traducía las letras con un diccionario. Para Portero la escritura llegó con la música y nunca más se fue: se convirtió en libros de poesía, en adaptaciones teatrales de clásicos, en columnas sobre cultura, política e identidad trans para distintos medios. Y en textos sueltos escritos de forma espasmódica durante años que sin saberlo eran las piezas de “La mala costumbre” (Planeta), una novela deslumbrante, por momentos desgarradora, que combina la radiografía de la clases populares madrileñas de los ‘80, la erudición histórica con sus mitos y sus monstruos y la furia travesti. “Quise ponerlo todo, el barrio, la noche, la prostitución, la música, porque yo vivo con la urgencia de la última vez”, dice en entrevista con Presentes desde el lobby de un hotel de la Ciudad de Buenos Aires, adonde vino a presentar su libro. Esa urgencia hizo que escribiera en un mes, trabajando doce horas diarias, una novela de iniciación en clave trans y obrera, una operación literaria que hace unos años parecía imposible. Hoy va por su novena edición y varias traducciones.
Derecho a la universalidad
– ¿Te preguntan mucho si es una obra autobiográfica?
– Todo el tiempo. Suele creerse que como la escribió una persona trans y la protagonista es trans necesariamente se trata de algo confesional. En cambio, si es un hombre (cis) que escribe, se trata de “literatura universal” porque lo universal es siempre masculino. Y esta es una novela bien clásica, una novela de crecimiento, pero se insiste en decirle novela trans, o LGBT. No es que tenga tanto problemas con esos nombres pero no voy a aceptar que lo impongan desde el mercado, porque es una distinción interesada. Creo que es para hacer a las novelas más pequeñas y colocarlas en lugares especiales.
– La protagonista tiene que salir del barrio, encontrarse con distintos personajes y vivencias para luego volver a él. ¿Es el viaje de la heroína?
– Estaba pensada como la épica homérica: salir de Itaca y volver a Itaca. Cada capítulo es el encuentro con un personaje/oráculo que hace avanzar al personaje. Es una novela de crecimiento cambiando las coordenadas de hombre blanco centroeuropeo que se va de viaje y termina en la playa. Acá la que se va de viaje, del barrio, es una mujer que pasa mucho tiempo en la calle y se vuelve adulta. Hay algo de eso: de entrar al gabinete de los escritores elegantes pero como travesti. Aunque eso no lo pensé tanto, me sale así porque mi formación es clásica.
La protagonista crece y se protege a través de una mitología íntima que saca de sus libros pero también de la cultura pop. “Soy partidaria de volver del logos al mito, hacer ese camino inverso”, dice Alana.
“Desde que tuve entendimiento y como niña que necesitaba aprender a vivir en dos realidades porque tenía dos vidas, solía situar a las mujeres que me rodeaban en espacios de fantasía en los que nada podía tocarlas y en los que podía incluirme imaginando historias tejidas con hilo de oro; veía Afroditas, Circes, Nimues y Elaines de Astolat en la parada del 28, en el andén del metro de Simancas o haciendo cola en la charcutería del señor Lucas”, dice la narradora.
Derecho a la mística
– Todo el tiempo la novela está al borde de lo mágico. En estos años parece haber una salida del clóset del esoterismo, si eso fuera posible. ¿Por qué te interesan esos mundos?
– Yo esto lo celebro y me siento dentro de esta corriente absolutamente sin ninguna vergüenza. Lo esotérico tiene que ver con sublimar la experiencia humana y convertir en fe la trascendencia que no es la reglada a través de los monoteísmos. Lo esotérico está muy asociado a lo femenino. Por eso ha sido muy minusvalorado. La figura de la bruja, de las amigas que se juntan a tirarse las cartas del Tarot. Yo lo practico con mis amigas desde los 16 años hasta mis 45 sin que nos hayamos vueltas locas. Creo que en lo trascendente, lo oscuro, se encuentran estéticas tan literarias tan hermosas, que cómo no aprovecharlas.
– Las políticas identitarias de la diversidad han quedado bastante separadas de lo espiritual.
– A mi me parece que híper racionalizar las cosas nos deshumaniza. Esos postulados están bien en lo académico, para impresionar a un jurado de tesis. Yo también los hice míos y me di cuenta de que me estaba deshumanizando, me estaba viendo como un objeto de estudio. Y no me gustó nada. Además nosotras como mujeres trans y travestis tenemos derecho a la mística. No tengo por qué ser más racional que otras. No quiero justificar mi vida mediante ensayos larguísimos. Sería importante volver la vista atrás para ver a quiénes nos estamos dejando por el camino. Creo que se está dejando mucha gente LGBT por el camino en esa híper justificación académica de nuestras vidas.
Derecho a la memoria trans
– ¿Qué connotación tiene la palabra travesti en España? Porque la usas mucho en la novela y también ahora.
– Se ha asociado siempre a las artistas de cabaret o a los transformistas. Muchas mujeres trans de cierta edad es la única palabra que han conocido. Ahora hay una vindicación de esa palabra. Además respeto mucho la genealogía travesti-trans latinoamericana, es una devoción para mí, con Lohana Berkins, Diana Sacayán, Marlene Wayar. Las empecé a leer a principios de los 2000, venía de leer mucha teoría queer, que está muy bien pero a muchas nos dejaba afuera y sobre todo a quienes nos precedieron. Y lo más deliberado que hay en mi novela es un es un homenaje a una generación de mujeres trans que hoy tendrían 70 años y que casi todas murieron, son mujeres que se les pasó de largo, que han sido usadas como burla, fetiche y sin ellas nuestra historia no estaría completa. Aquí en Buenos Aires fui a conocer el Archivo de la Memoria Trans y mirando las fotos se me caían las lágrimas, se me encogía el corazón con las historias. El cuidado con que lo hacen. Me parece algo tan mágico y tan valioso. Ya que estoy en modo reclamación: las travestis y trans también tenemos derecho a la memoria. El mundo necesita incluir la genealogía trans y travesti en la genealogía universal. Yo lo más importante que he aprendido en mi vida lo he aprendido de ellas. Ojalá se haga una iniciativa así en España.
Derecho a la emoción
Se nota que Alana S.Portero viene de la poesía y de la dramaturgia – creó su propia compañía donde hace unos años, donde escribe y dirige- porque la escritura de “La mala costumbre” pone al mismo nivel escenarios y sensaciones. Además de la radiografía barrial (San Blas es el otro gran protagonista, con sus dolores y mutaciones), la novela se construye en base a dualidades. Lo solar (diurno, masculino) se opone a lo lunar (los sentimientos, la noche, el mundo de las mujeres, las travestis y las prostitutas. Lo interno (el mundo emocional de la protagonista, la casa, el barrio, el clóset) versus lo externo (el resto de la ciudad, los peligros y la libertad).
“Me interesaba esa dualidad, porque además la protagonista es bisexual, eso siempre está ahí. Y el aspecto emocional forma parte de mi forma de entender la literatura. Yo busco la conmoción cuando escribo, quizás porque vengo del teatro y me gusta que el público se conmueva. Soy una persona orgullosamente emocional, me gusta que me atraviesen, no sé protegerme de eso, no sé cómo se hace. Y cuando entro en el túnel de lo literario es más difícil ponerle compuertas”.
– Las emociones viven en el cuerpo. ¿El cuerpo es el gran problema?
– Como mujer de teatro yo creo que el cuerpo está al principio de todo, es lo que convoca. Antes de saber qué nos pasa se nos eriza el vello, se nos calienta la cara, luego entra el miedo, la excitación, el dolor. La vivencia corporal es profundamente emocional y viceversa, no se puede separar. La experiencia de esta protagonista es cuerpo y emoción constantemente. Por eso pongo tanto énfasis en lo sensorial: contar el armario era algo que me importaba contar bien, el armario no es un lugar de vacío, es un lugar lleno de cosas.
– En la novela no hacés una distinción entre mujeres trans y mujeres cis. ¿Es un ejercicio de acercamiento?
– Es mi pretensión absoluta. Porque lo femenino es una trayectoria en las que caben muchas mujeres, y las especificidades que se tienen por ser una mujer trans podrían ser las de mujeres en otros contextos geopolíticos, culturales, o de clase. Estoy cansada de la clasificación microscópica de la vida de las mujeres. Algunos problemas quizás hayan sido específicos de mujeres trans pero la mayoría sé que le pasaron a mujeres no trans. Creo que hay un relato general y concreto que va mucho más allá de lo trans. Yo me considero feminista, pero si el feminismo se va a usar para apartar a otras, que se repiense el feminismo. Esas corrientes odiantes son del pasado.
– Pero la ultraderecha sigue avanzando y con fuerza.
– Son oleadas y de verdad creo que es un mundo muerto que está dando sus estertores con estas derechas que asoman. Y los estertores de un animal rabioso son peligrosísimos. Y tienen dinero. Compran lugares de enunciación muy poderosos. Permean en quien es permeable a esa idea. Hay una salida del armario facha, pero estoy convencida de que es el final.
– Tenés esperanza, entonces.
– Creo que el pesimismo es reaccionario y no conduce a nada. Estoy convencida, por ejemplo, que Milei va a ser derrotado tarde o temprano. Y así todos.
Agencia Presentes.