Noticias | septiembre 25, 2020

Trabajadores migrantes: así nos ven


Entrevista a trabajadores senegaleses, pertenecientes a una de las comunidades migrantes más relegadas en nuestro país, que comienza a afiliarse a la CTA-A La Plata Ensenada, con el acompañamiento del equipo de migraciones del Sindicato Joven. La pelea por un trabajo digno y los derechos laborales en un contexto de peligrosos discursos de estigmatización.

Llegamos a eso de las 16 a la esquina de 12 y 56, ubicada en el microcentro platense. El clima estaba húmedo y frío. Pero ni la lluvia inminente ni las restricciones por la pandemia desalentaron a los peatones que iban y venían por calle 12, comprando en negocios abiertos a plena luz del día, pero de forma clandestina, y ese movimiento era el necesario para que los senegaleses se mantuvieran firmes junto a sus mantas, echadas en la vereda, durante 12 horas en contínuo, en alerta ante los posibles controles policiales que caían de vez en cuando sorpresivos. Pero pese a todas las decomisaciones y advertencias, fracasaban una y otra vez en su intento por amedrentar a esa comunidad de personas que no le teme a nada, salvo al hambre.

Cheick: “No nos gusta la venta ambulante”

”Tengo 40 años, soy viejo”, dice el referente de la comunidad senegalesa en La Plata, Cheikch Guye. Hace 6 años que está en la Argentina, lo recuerda con exactitud desde el 2 de junio del 2014.

“Desde que estoy en Argentina siempre he vivido en La Plata”. Llegó porque acá estaba su tío. De Senegal hizo escala en Madrid, luego viajó hasta Ecuador, y de allí comenzó a bajar hacia la pampa húmeda, en una ruta que hacían todos sus compatriotas antes del cierre de fronteras por covid.

¿Por qué ese recorrido? “Porque no tenía el visado para entrar en la Argentina, el visado que tenía era para entrar en Ecuador”, explica.

Cheick antes de venir a este país estuvo 6 años en España. Así lo cuenta: “ahí tuve mucho problema y tenía que volver a Senegal, estuve en Senegal un año y medio, y tenía la necesidad de salir otra vez, y hablé con mi tío que estaba acá, donde algo se puede ganar para sobrevivir y ayudar a la familia, porque nosotros casi siempre la comunidad Senegalesa que emigran no emigran por cada uno, sino por una sociedad donde siempre el hijo mayor, o el que es más grande de la familia, si no tiene la oportunidad de conseguir trabajo en Senegal tiene que salir para buscar a otro lado y juntar dinero para que la gente pueda estar bien viviendo, porque toda la familia que tengo ahí, lo que comen, su gasto mensual, lo tengo que conseguir yo”.

Cheick se pone nervioso y aparece como un tic que le provoca que patine algunas letras de su español, que pronuncia con esfuerzo.

En su pueblo de origen quedaron su mamá, sus hermanos, su mujer y dos hijos: “Bastante familia, todos dependen de yo y mis hermanos que estamos afuera. Al final de mes juntamos lo que estamos afuera para que ellos puedan tener alimentos, lo que haga falta, la luz, el gas, para que estén bien por lo menos un mes, cada mes tenemos que conseguirlo, por eso estamos afuera, porque nos cuesta conseguir esto en Senegal”.

Su pueblo se llama Ben Farach, es de la región de Louga, al sur de ese país africano: “mi pueblo es chiquito, no hay nada, solamente hay agricultura, y solo son tres meses, de junio, julio, agosto y septiembre es el mes que termina y después los 9 meses que quedan no hacen nada, el que quiere trabajar tiene que salir a una ciudad, los más grandes se pueden ir a conseguir un laburo, pero ahí los laburos no son tan buenos para mantenerte vos y tu familia. Por ahí tenés que tener mucha suerte que te permite eso, pero casi no hay, por eso salimos a migrar, a buscarlo afuera”.

Ante la pregunta sobre si la venta ambulante es una elección, Cheick responde contundente: “no, uno viene a un país y no tiene documentos, te cuesta laburar, y también por ser extranjero te cuesta conseguir un laburo, pero no nos gusta estar en la calle, no nos gusta la venta ambulante, yo prefiero tener un laburo en blanco y a la mañana salir a trabajar y a la tarde ir a descansar, y nadie le molesta, y nadie le dice nada, pero si uno no encuentra lo que quiere, tiene que hacer con lo que tiene”.

Senegal no tiene embajada en Argentina ni Argentina tiene embajada en Senegal: “no tenemos a donde recurrir, la única embajada que a veces nos representa es la embajada de Senegal que está en Brasil, y no nos representa en todo, en algunos casos. A través de una asociación que está en la ciudad de Buenos Aires”. No es lo mismo tener una embajada en un país en el que estás que no tenerla. La comunidad senegalesa no tiene a quien recurrir para mejorar sus condiciones de vida como población migrante.

Cheick consiguió su DNI como argentino. Pero ante la pregunta sobre si puede conseguir trabajo estando nacionalizado responde: “no, qué va, te buscas en casi todos lados y muchos no te quieren tomar, antes de tomarte van a tomar a un argentino o a alguien de piel blanca”.

Foto: Prensa CTA-A

En la ciudad de La Plata se encuentra una de las comunidades senegalesas más grandes del país: son alrededor de 220. Algunos empezaron a trabajar en blanco en la construcción, “gracias a ‘Pata’ Medina” (sindicalista de la UOCRA) dice Cheick, pero luego cuando lo detuvieron a Medina, “echaron a todos”.

¿Cómo se organizan para la venta ambulante? “No hay organización, sabemos que no es algo legal pero no es un delito, por eso lo hacemos porque tampoco somos tontos para ir haciendo delitos. Si lo hacemos es porque sabemos que lo único que podemos perder es la mercadería, pero no hay un delito que ponen ni nada por vender en la calle. Cada uno va por su cuenta, cuando llegué acá mi tío me dio mil pesos y con eso fui a Once a comprar mercadería y después me puse a vender, cada uno lo hace por su cuenta”.

Cheick vive con familiares: “ahora vivo con mi hermano y mi sobrino, pero no llega nadie más, porque la frontera de Ecuador está cerrada”, cuenta, y agrega: “a veces vas al departamento donde hay 4 o 5 a veces donde hay 7, se vive con los que se entienden mejor y los que son más familiares”.

¿Extrañan? “Sí, obvio que se extrañan, yo tengo dos hijos y mi mujer, mi mamá, mis hermanas y extraño mucho, si fuera por mí y tendría lo que estoy buscando acá que es dinero para que mi familia no le falte nada, el día de mañana me voy y no vuelvo más, no quiero estar acá, estoy acá porque no quiero que le falte algo a mi familia, no quiero estar al lado de mi familia y veo que necesitan algo que no puedo arreglar. No es que me gusta estar en Argentina o en Europa, me gusta más mi tierra. Si lo que consigo acá lo pudiera conseguir en Senegal no salgo más de Senegal, lo que es vivir al lado de mi familia, el objetivo es estar acá para juntar plata hasta lograr algo e intentar ir a Senegal para intentar hacer algo, un negocio, algo para poder quedarse al lado de su familia”.

Djiby: “el hambre es peor que el coronavirus”

“Soy senegales, tengo 25 años, estoy viviendo acá desde hace 5 años ya. Me gusta La Plata, por eso me quedé”. Djiby es inquieto, no deja de moverse mientras habla. Tiene un español impecable y una cabeza tan inquieta como sus manos cuando gesticula al hablar de sus penurias, sus derechos y sus deseos de estudiar filosofía. Ya se leyó varios clásicos, tiene en la mesa de luz “La duda como punto de partida de la reflexión” de Descartes, que ojea cuando puede.

Nació en un pueblo que está a una hora y media de Dakar, la capital de Senegal: “mi pueblo es chiquito, viven de la agricultura, de gente que les envían dinero, de ganadería”. Allí quedaron su papá, mamá, hermanos, sobrinos, primos, a quienes ayuda económicamente.

“Vine porque quise y porque quería ayudar. Yo antes estudiaba, y a los 19 decidí salir de mi país. Primero estuve en Brasil y después vine acá”. Se refiere a La Plata, en donde estaba su hermano mayor. Viajó en avión hasta Ecuador, de allí bajó hasta Brasil, donde se quedó un año, y después llegó a la ciudad de las diagonales. En Brasil estuvo trabajando en una empresa alimenticia, pero se lamenta de que acá no consigue trabajo registrado como allá: “acá se me complicó, primero con el documento, que no tengo, es como estar en la casa, pero no tener las llaves de la casa”.

En ese punto, Djiby comienza a enojarse, esa falta de documentación lo enceguece: “yo tengo la casa y no tengo la llave. Eso es lo que me falta, el documento, para poder hacer mi currículum, mandarlo a empresas, en donde puedan necesitarme, o para poder inscribirme en algo, nada puedo sin el documento, no puedo hacer cursos para poder salir a trabajar mejor”.

Foto: Prensa CTA-A

Cuando le pregunto si le gustaría estudiar algo se enoja más, como queriendo demostrar que es evidente que quisiera estudiar, que no tendría que ni preguntarlo: “estudiar sí, pero ya con mi edad, tengo 25 años”, dice como si la vida ya se le hubiera pasado, y agrega: “pero primero hay que tener algo bien puesto, tener fondo, porque si yo decido ir a estudiar a la Universidad duro dos horas, yo trabajo todo el día de las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, ahí no hay tiempo, tengo que hacer eso para que me alcance esa plata, ¿me explico? Entonces si no lo hago esa plata no me alcanza, entonces no tengo tiempo para decidirlo al estudio, pero si tuviera un trabajo que pudiera ir a estudiar yo iría a estudiar”.

A Djiby le gustaría ser profesor de educación física, y sino lo que más me gusta es la filosofía: “hay muchas opciones que me gustan, pero se complica con esta manera de estar trabajando todo el día para poder estar, que te alcance la plata”.

El sol se va poniendo y la temperatura comienza a bajar al tiempo que se siente una llovizna tenue. Djiby se apresura a proteger su mercadería que se encuentra en la vereda, a la intemperie y al peligro del clima que se pone bravo. Tira de una soga que levanta un movimiento las cuatro puntas de una manta, rápido se convierte en una especie de bolsa en donde se guardan los cargadores de celular, auriculares, linternas, gorros y medias que hasta hacía unos minutos se encontraban perfectamente acomodados en la vereda.

Como el agua al final no llegó, se relaja un poco y sigue con su relato: “está complicado, no es fácil, no es fácil ser un inmigrante, así cuando no tenés un apoyo, un apoyo para mí sería que el gobierno nos apoye, que nos dé el documento, pero a cinco años que estoy acá y no puedo tener un documento, es difícil, y no hiciste nada mal, no robaste, no mataste, no hiciste nada mal en un lugar y no te pueden dar la residencia. Es una cosa muy fea, si yo estuviera acá haciendo delitos ahí sí entiendo, pero yo llegué acá y lo primero que pensé es cómo puedo hacer para vivir, cómo puedo hacer para ayudar a mi familia. A esa persona hay que apoyarla y ponerla adelante, pero no hay que negarle un documento, que es un derecho, yo tengo mi derecho de refugiarme en cualquier lado del mundo”. Djiby se enfervoriza, conoce sus derechos, y la importancia de contar con un DNI: “sin eso no podemos entrar, como te dije, la llave, es la llave de acá, si no lo tenemos no podemos hacer nada, hasta para un chip de celular que compras en un kiosco te van a pedir un documento”.

¿Es difícil la venta ambulante con la policía hostigando? “Ahora es más difícil, estamos hace cuatro meses sin trabajar, volvimos a la calle como 2 o 3 horas y a las 4hs ya nos fuimos, a cada rato hay operativo, 3, 4 patrullas para un muchacho que ha estado buscando para sobrevivir. Y si nosotros tuviéramos una cosa mejor que esto. ¿A quién le gusta estar en la calle todo el día? ¿12 horas en pleno frío? ¿Invierno? ¿temblando? Así como estoy, a veces viene la lluvia. A nadie le gustaría. Pero ellos saben que a vos no te gusta eso, pero no te quieren brindar ayuda para salir adelante, te quieren humillar, eso no lo vamos a aceptar, yo prefiero dar mi vida que aceptar eso. Es lo que me pasa. Así es. Es lo que le pasa a todos los otros chicos, no tienen la cabeza vacía, los compañeros saben hacer edificios, saben hacer construcción, los chicos tienen algo en la cabeza, muchas cosas. La gente que está trabajando con ‘El Pata’ saben que trabajamos, que sabemos trabajar. Queremos la oportunidad de poder trabajar”.

¿Tenés miedo a contagiarte de coronavirus? “Nooooooooo”, dice efusivo, contundente, y agrega: “hay que tenerle primero miedo al hambre. Si tienes hambre estás muerto, menos que saludable, si no sabes lo que es el hambre es que nunca lo viviste. El hambre es peor que el coronavirus. Y fijate, ¿cuánta gente está muriendo de hambre ahora en el mundo? Pero no se dan cuenta de eso. Hablan de esto del coronavirus, para mí son boludeces, porque hay más gente que está muriendo de hambre que de coronavirus. Se tienen que fijar en eso, pero no del coronavirus. Yo siempre digo lo que pienso. Yo respeto las normas del país, pero no le tengo miedo, uso barbijo por respeto, pero no creo en eso”.

Estás enojado…. “Y, la verdad que sí, yo cuando entro en estos debates soy así porque la verdad que no tengo una manera de mostrar esta verdad a toda la gente, y siempre hablo con el corazón, así es. No somos todas las personas iguales. Eso lo sé perfecto, porque siempre que hay acá kilombo me doy cuenta, viene la gente a apoyar. No me voy a quejar, yo aprecio la gente de acá de Argentina, siempre digo que acá tienen la mejor gente en lo social porque acá viene la patrulla con los milicos para sacarte las cosas y ¿sabes cómo se para la gente para defenderte? A veces prefiero darles las cosas y que se las lleven antes que traer este kilombo entre hermanos, te juro, porque veo que la gente se para para defender, dicen ‘no se les lleven las cosas’, ‘por qué le están maltratando’, ‘está trabajando’, ‘no está robando’, son las palabras que escuchas de la gente en la calle cuando nos viene a buscar la policía, eso lo escucho y lo siento por dentro”.

En verdad, la comunidad senegalesa viene sufriendo hostigamiento policial y hechos de violencia institucional, se han convertido en una especie de “chivo expiatorio” para algunos políticos que parece buscan cargar sobre vendedores ambulantes la responsabilidad de la crisis económica.

Djiby quiere agregar que los escuchen, dice: “Nosotros no somos gente sin cabeza, yo no soy un boludo por estar así en la calle, es que estoy ganando algo para poder sobrevivir, eso es. Y segundo, que nos brinden oportunidades para poder trabajar. Tercero que dejen de hablar sin saber, que cualquier persona que quiere saber que venga a hablar con nosotros, que por qué estamos haciendo esto, cuánto estamos ganando, los motivos, que no nos tomen así como boludos en la calle, somos humanos, y tenemos derechos como todos, que nos brinden oportunidades para poder sobrevivir en esta tierra”.

Sergio: “Queremos que puedan vernos como trabajadores”

Sergio Silva tiene 26 años, es de Colombia. Lleva siete años trabajando en esta ciudad, y cuatro años como activista sindical afiliado al nuevo Sindicato Joven, que avanza en la organización de trabajadores del Comercio, Industria y Servicios – CIS. Estudia psicología y trabaja en comercio, es delegado del CIS de la CTA-A de La Plata.

Hace dos años que es delegado gremial y uno de los que comenzaron a llevar adelante un sector migrante dentro del sindicato. “Queremos que puedan vernos como trabajadores, que tenemos realidades totalmente diferentes a las que tiene un argentino o una argentina trabajando acá en la ciudad de La Plata”, dice Sergio y agrega: “nos exponemos a trabajar en empleos tercerizados, a trabajar en negro, a ser explotados, a que nos paguen muchas veces menos del salario que nos corresponde, porque simplemente no tenemos una representación gremial, y ahí es donde tenemos que buscar otras posibilidades, como la afiliación gremial y la afiliación directa a la CTA Autónoma es a lo que nos agarramos nosotros para tener una representación porque nos cobija más allá de que tengamos un trabajo formal o un trabajo en blanco, podemos ser monotributistas o trabajar en negro y a su vez nos representa”. Sergio es ante todo solidario. Se preocupa por otros trabajadores en la misma situación de cuando él mismo llegó a este país. Él conoce sobre los laberintos por los que tienen que transitar quienes migran por el derecho a una vida digna.

Foto: Prensa CTA-A

Sergio explica que llegó a La Plata para estudiar, aclara que en su país la educación está privatizada, así que migró con la ilusión de acceder a una educación universitaria, y para poder mantenerse se encontró “con toda la problemática que significa conseguir trabajo en blanco”.

Recuerda su pueblo, Cunday, en el departamento de Tolima, queda al centro de Colombia. “Somos del campo”, aclara, explicando que su familia “quedó allá”, y que vino solo con unos ahorros que le alcanzaron por cuatro meses. Luego dice que fueron dos años bastante complicados en la Argentina: “hasta que pude encontrar un trabajo, y creo que ese tipo de cosas lo marcan a uno, no solamente como trabajador sino en la historia de vida que uno tiene, porque siempre hay un punto de retorno cuando uno pasa alguna necesidad, de decir, esto ya lo viví acá , ya comí fideos con huevo dos años, la primera vez que comí una milanesa con papas fritas llevaba dos años y medio viviendo acá, y fue cuando me empezaron a pagar el sueldo en blanco, la primera vez que compré carne vacuna, fue cuando conseguí trabajo, hay un antes y un después.”

La entrevista termina. Sergio les alcanza una planilla a Cheick y a Djiby, que van completando, de afiliación a la CTAA. La charla redunda en la importancia de la organización para la conquista de derechos. “No hay fronteras para quienes tenemos conciencia de clase, y los trabajadores y trabajadoras tenemos que unirnos”, dicen.

Foto: Prensa CTA-A

Así nos ven

Unas 720 mil personas de otros países se radicaron en la Argentina en los últimos tres años y medio. Entre esta población, la senegalesa está conformada por más 3 mil personas, ubicadas en diferentes barrios de la Ciudad de Buenos Aires, los distritos Morón, Varela, Avellaneda, Lomas de Zamora, La Plata, Bahía Blanca, entre otros.

“Así nos ven” es una miniserie que se emite por Neflix que cuenta la historia de 5 jóvenes del Harlem en Nueva York acusados de un crimen que no cometieron en el Central Park. El caso expone el racismo del sistema judicial estadounidense, pero esa indignación ante la brutalidad de la injusticia podría aplicarse en nuestras latitudes a tantos hechos que atraviesan la vida de los 3 mil o 4 mil senegaleses que hoy en nombre de su protección son perseguidos y estigmatizados.

En La Plata, se encuentra una de las comunidades de senegaleses más numerosas. Son unos 220, en su mayoría varones.

Desde algunos sectores denuncian que son parte de una red mafiosa de trata y tráfico de personas. Según esas investigaciones, el circuito implica la movilización de personas con fines de explotación desde Senegal a otros países para que se dediquen a la venta ambulante. Hablan de una red transnacional, en la Argentina incluso hay procesados con prisión preventiva.

Según estas denuncias, quienes los traen ejercen una figura de “señorío” sobre las personas traficadas. La superintendencia de Investigaciones de la Policía Federal lleva adelante una investigación sobre las maniobras de una organización implicada y en las escuchas detectaron que hablaban de unos 6 mil dólares que las personas pagaban para llegar al país. Señalan que esa es una deuda que llevan consigo hasta que puedan pagarla en condiciones de trabajo esclavo. “Lo que están haciendo es reclutarlos para explotación laboral, ya que la “explotación de manteros” en la argentina es una contravención», dicen a través de la prensa.

Sin embargo, los integrantes de la comunidad senegalesa- que es heterogénea y está organizada por distintas religiones y nucleamientos- lo niegan y dan su propia versión. En la página de Facebook de la comunidad asentada en la ciudad de La Plata, denuncian una estrategia de los medios de comunicación alineados con el gobierno local para la construcción de “una mirada criminalizante y xenófoba mostrando nuestros cuerpos una y otra vez, repitiendo hasta el hartazgo sus mentiras”.

En estas semanas, y en pleno ASPO ante el COVID19, la municipalidad de La Plata presentó una demanda por “trata y tráfico de personas” contra integrantes de la comunidad senegalesa y también del colectivo de abogados La Ciega que colabora voluntariamente con ellos. A las redes de solidaridad de una cultura que no comprenden, las autoridades locales la llaman “trata”. Sin suficientes pruebas, pero amparados en una estrategia mediática, tal vez busquen como en la serie estadounidense y como en tantos otros hechos de la historia local, mostrar a las víctimas como victimarios.

La venta ambulante se inscribe en el marco de una necesidad primordial que es el trabajo, sería deber del Estado regular este trabajo, colaborando en las poblaciones para mejorar sus condiciones y logar un trato igualitario entre todos los comerciantes. La persecución y la estigmatización no solo no representa una solución, sino que es una estrategia peligrosa que está al borde de alentar violencias más difíciles luego de ordenar que un simple corredor comercial y garantizar a 220 personas su DNI.

No se trata tampoco de negar la comisión de posibles delitos que deben ser investigados y condenados, sino de advertir la construcción en el imaginario social de un escenario racista con foco en una determinada población. Hay intereses económicos, políticos, pero además hay diferencias culturales que el argentino aún no comprende de la comunidad senegalesa. ¿Qué sabe el argentino del Grand Magal, que se rige por el calendario lunar, máxima celebración que se festeja a lo grande con la contribución financiera de todos los integrantes de la comunidad?

Así nos ven, depende de quienes ven a quién, también se trata de relaciones de poder. No olvidemos que los “5 del Central Park” fueron condenados sin suficientes pruebas en el marco de un clima racial. Aún estamos lejos del racismo que se expone en esa serie, sin embargo, la construcción de un discurso estigmatizante sobre una población es siempre peligrosa. Considerar al migrante como un trabajador con derechos, es ciertamente diferente a tratarlo como integrante de una organización criminal.

Migrar y trabajar no solo no son delitos, sino que, sobre todo, son derechos humanos. Como dice Djiby, con los ojos enceguecidos, los puños cerrados de impotencia, y con el impulso del aire que se cuela entre los dientes apretados y la pasión que le viene desde adentro: “todos somos humanos, y tenemos derechos”.

Fuente: Resumen Latinoamericano

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