Guerra cultural y pandemia
La pandemia ha hecho más visible el choque entre el modelo capitalista neoliberal, su entramado de dogmas, símbolos y paradigmas, y otras alternativas de concebir la sociedad, la economía, la política y la idea misma del progreso y la felicidad.
El neoliberalismo se legitimó siempre a través de la industria cultural. Ha sido muy útil el estereotipo del paladín yanqui capaz de salir victorioso de las emboscadas de sus enemigos, de aniquilarlos y llevarse consigo el botín y la más bella muchacha.
Ese Triunfador, que sabe lo que quiere y va a obtenerlo a toda costa, rodeado de cadáveres de Perdedores, es el Héroe «civilizador» por excelencia de la fábula neoliberal.
En el lado opuesto están los Bárbaros: criaturas traicioneras, inferiores, árabes, rusos, latinos, asiáticos, afroamericanos. Aunque a veces el Triunfador es de piel oscura, porque la industria quiere embaucar también a ese sector de la población. Y hasta brotó un día de sus laboratorios la pareja perfecta de dos Héroes inseparables, uno blanco y otro negro.
La maquinaria cultural se propuso que nadie sospechara que había otro modo de organizar la sociedad e imaginar la existencia. La mayoría de las víctimas se creyó la fábula. Si sobrevivían en covachas infectas, si no podían pagar la educación de sus hijos ni los servicios de salud, los únicos culpables eran ellos mismos, por «fracasados», jamás el
sistema. En la selva los fuertes devoran a los pequeños y a los débiles.
Pero llega la pandemia, toda la crueldad del modelo sale a flote de una manera obscena, inocultable, y «líderes ultraderechistas» como Trump y Bolsonaro se ven en apuros. Solo conocen la moral de la selva, no cuentan con un sistema público de salud, y la industria farmacéutica está diseñada para ganar dinero y no para enfrentar una emergencia sanitaria.
El espectáculo de miles y miles de enfermos sin recibir atención y de miles y miles de muertos, ha conmovido a mucha gente. El confinamiento implicó, además, una pausa para que personas sensibles pensaran en el prójimo, en la sociedad, en el planeta.
Hace unos días circuló un mensaje de Juliette Binoche, Barbra Streisand, Almodóvar, Robert De Niro y otras figuras muy mediáticas del cine y el espectáculo. Sugieren evaluar el sentido de la existencia y la catástrofe ecológica que se aproxima. Hay que comenzar «con una profunda revisión de
nuestros objetivos, valores y economías». Es una cuestión de supervivencia, dicen:
«La búsqueda del consumismo y la obsesión por la productividad nos ha llevado a negar el propio valor de la vida (…). La polución, el cambio climático y la
destrucción de nuestras restantes zonas naturales han llevado al mundo a un punto de ruptura. Por estas razones, junto a otras crecientes
desigualdades sociales, creemos que es impensable “volver a la normalidad”».
También se anunció la Internacional Progresista, con Chomsky, Naomi Klein, Arhundati Roy y otros intelectuales y políticos prestigiosos, entre ellos, el expresidente Correa y Fernando Haddad.
Graziella Pogolotti definió las plataformas ideológicas desde donde se lanza la exigencia de otro mundo, no solo «posible», sino imprescindible: «Algunas resultan de procedencia ecologista, otras tienen una trayectoria de izquierda más radical.» Para Graziella, cesar las agresiones contra Cuba y Venezuela, cancelar la deuda externa, instaurar un nuevo orden internacional de la información y luchar contra el cambio climático deben formar parte de la agenda. «Fidel (nos recuerda) dedicó a la amenaza de la extinción de la especie el batallar de sus últimos años».
Leonardo Boff ve en la pandemia una respuesta de «nuestra Casa Común» a la embestida de los seres humanos: «El mito moderno de que somos “el pequeño dios” en la Tierra y que podemos disponer de ella a nuestro antojo porque es inerte y sin propósito, ha sido destruido». La hemos tratado «con un furor sin precedentes». De ahí que «nos ha contraatacado con un arma poderosa, el coronavirus».
Frei Betto se refiere al impacto del virus en el mercado financiero: «las acciones de las bolsas de valores del mundo perdieron 15,5 billones de dólares. ¿Alguno de esos
especuladores y megainvestigadores afectados en su bolsillo (la parte más sensible del cuerpo humano) se habrá empobrecido? Y, sin embargo, antes de la pandemia casi todos se negaban a dar su contribución para la adopción de medidas de combate al hambre y el calentamiento global».
Es decir, el problema existía desde antes. Anida en la esencia del sistema, en las corporaciones y en los políticos que las representan.
William Ospina meditó sobre las lecciones de humildad que deja la pandemia: «Después de siglos de atesorar nuestro conocimiento, de valorar nuestro talento, de venerar nuestra audacia, de adorar nuestra fuerza, llega la hora en que nos toca ponderar nuestra fragilidad».
Los superhéroes de Hollywood no se han sentido nunca frágiles. Por supuesto, habría que ver cómo termina el filme.
Fuente: granma.cu