Donde hay amor, no hay LGTBIQfobia que lo resista
El 15 de mayo se celebra, desde que en 1993 lo decidiera la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Día Internacional de las Familias. En realidad lo que ese día pretende es reivindicar y concienciar del papel fundamental de las familias en la sociedad, además de evidenciar todos aquellos aspectos que las amenazan. Hay amenazas comunes a todas las familias, la pobreza es una de ellas, se estima que en España el veinte por ciento de las familias están en riesgo de pobreza y exclusión, es decir, casi un millón de hogares. Las familias LGTBIQ también padecen esta amenaza, o incluso con mayor intensidad, no olvidemos que las mujeres tienen en nuestro país un índice mayor de desempleo y un sueldo más bajo, y que las familias LGTBIQ formadas por una o dos madres son la inmensa mayoría. Tampoco hay que pasar por alto que las personas trans, sobre todo las mujeres, tienen todavía más dificultades para acceder al mercado de trabajo, algo que las sitúa a ellas y sus familias en situación de vulnerabilidad.
Todas las familias vivimos un momento de profunda incertidumbre producido por el Covid-19, algunas han perdido a alguno de sus miembros, otras han padecido la enfermedad y han tenido que estar separadas, a eso se suma la pérdida de trabajos, el cierre de negocios, el temor a cómo afectará esta experiencia a nuestras hijas e hijos, el no saber si podrán volver con seguridad a guarderías, colegios, institutos o universidades. Estos y muchos otros miedos e incertezas son compartidos por todas las familias, pero a ellos las familias LGTBIQ tienen que añadir que la red de familia extensa que puede darles apoyo en un momento tan convulso como este suele ser mucho menor que las del resto. Muchas personas LGTBIQ tienen una mala relación con sus familias de origen, o incluso tuvieron que romper con ellas antes de formar las suyas debido a la LGTBIQfobia. Además, no son pocas las que viven la vuelta de sus hijos e hijas a los centros educativos de forma ambivalente, por un lado, quieren que reciban una buena educación y que puedan relacionarse con otros niños y niñas, pero por otro, son conscientes de que los centros educativos no respetan el derecho de sus hijas e hijos a ver reconocido su modelo familiar.
Que el número de nacimientos en España sea cada vez menor depende de muchos factores que afectan a todas las familias. No existe un plan que permita facilitar la vida a las familias que tienen hijos. De hecho, tener un hijo es cada vez una decisión más heroica que la mayoría asume como algo que les complicará la vida. Falta un plan integral que dote a las familias de recursos económicos, flexibilidad laboral, que priorice la educación pública, que aumente el apoyo sanitario, etc. A estos y otros palos en las ruedas que encuentran las familias en general, hay que añadir los propios que se encuentran las familias LGTBIQ. Para empezar, todavía en algunas comunidades es necesario que exista un hombre para que una mujer pueda acceder a un proceso de reproducción asistida porque el catálogo de prestaciones de su comunidad no permite realizarlo a mujeres solas, o a dos mujeres, algo que sitúa a las mujeres lesbianas y trans frente a una doble discriminación. Si hablamos de adopción, las dificultades se multiplican; para las familias LGTBIQ es casi imposible acceder a una adopción internacional, así que sus opciones quedan restringidas a la adopción nacional, algo que supone al menos seis años de espera. En el caso de la subrogación no existe ningún tipo de regulación en España, lo que limita su acceso únicamente a personas con recursos que pueden pagar los costes en países donde sí es posible hacerlo.
Hay muchas cosas que reivindicar este 15 de mayo, pero también que celebrar. La más importante, nuestras propias familias, esas que las personas LGTBIQ hemos construido contra viento, huracanes, mareas y sunamis. Y para poder construirlas, la batalla más importante no ha sido contra unas leyes heterocentradas que nos discriminan, sino contra nuestra incapacidad de creer que podíamos hacerlo. Muchos creímos que aceptarnos como personas LGTBIQ conllevaba la renuncia a la maternidad o paternidad. Teníamos tan interiorizada la ideología heteronormativa, que éramos incapaces de poner en entre dicho sus principios. Tratar de impedir que se nos robara la posibilidad de crear una familia necesitó de mucha fuerza y valentía, pero lo que realmente nos ayudó a creer que podíamos lograrlo fue el amor. Dice la Primera carta de Juan que el amor echa fuera el temor, y yo añadiría que también la LGTBIQfobia. Donde hay amor, no hay LGTBIQfobia que lo resista.
A nuestras hijas les hemos puesto pañales, dado el biberón, hemos sufrido sus primeros días de guardería, las interminables fiestas de cumpleaños, nos hemos peleado con otros padres por culpa de que sus hijos les han hecho o dicho algo que no nos ha gustado, les hemos ayudado con los deberes, obligado a comer lo que no les gusta, les arropábamos por la noche hasta que nos dijeron que ya no querían que lo hiciéramos, les hemos comprado cremas para el acné, o ropa que a nosotros nos parecía horrible pero que para ellas era la mejor del mundo, las hemos castigado sin Tablet, hemos conocido a su primer amor… Hemos vivido la paternidad o la maternidad con las mismas renuncias y alegrías que el resto de familias, también con similares aciertos y errores. Pero si hay algo que nos diferencia de la mayoría de ellas, y que compartimos con otras por razones bien diversas, es que hemos tenido que recorrer un universo entero lleno de barreras y limitaciones para poder construirlas. Así que ahora, junto al resto, estamos completamente decididos a defenderlas. Las familias no son posesión de nadie, cada cual tiene la suya, y queremos que las nuestras, y las de los demás, reciban el respeto y la protección que merecen.
Carlos Osma