Noticias | febrero 25, 2020

«La universidad tiene que abrirse a nuevas formas de conocimiento»


Para el investigador colombiano Nicolás Herrera Farfán, la universidad como espacio social de construcción de conocimiento debería “salir de su ombliguismo” y construir saberes junto a las comunidades. En ese terreno, destaca los aportes de los movimientos sociales y afirma: “La universidad tiene que romper muros y abrirse a nuevas formas de comprensión de la realidad”.

Investigador del Instituto de América Latina y el Caribe (Iealc) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Herrera Farfán estuvo este mes en Rosario invitado por el gremio de la Coad para dictar un seminario sobre “Ciencia, compromiso y cambio social”, rescatando el pensamiento de Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo.

—¿Cómo pensar a una universidad para que sea popular?

—Tomando como punto de partida a Camilo Torres, hay un elemento central en su pensamiento que es el protagonismo de las comunidades, con un saber, una ética y una forma organizativa propia. Ese conocimiento y esa experiencia normalmente no pasa por la academia, porque es traducido como sentido común; y la universidad asume que tiene un saber científico que es contrario a eso. Además, las comunidades tienen sus propios mitos y espiritualidad y eso es visto como alienación por la academia. Camilo pensaba que la universidad tenía que salir de su propio círculo, dejar de mirarse el ombligo e ir a las comunidades. Y yendo a las comunidades tenía que aprender a escuchar, subir al pueblo. Entonces, habría que ir a las comunidades. Pero el siguiente paso es que las comunidades entren a la universidad, no solamente como visitantes o espectadores, sino como protagonistas. Ese es un desafío porque rompe el modelo tradicional del monopolio del conocimiento acerca de quién sabe y quién no sabe, quién enseña y quién no. O cómo un saber popular, como el arte de saber hacer chicha, no puede participar como un seminario en la universidad durante un cuatrimestre ¿Eso no sería un seminario digno de una facultad de química o de sociología de los alimentos? La comunidad todavía no entra y si la universidad va a trabajar con ella debería ser en calidad de igual.

—¿Qué cambios implica esta mirada?

—Esto exige por un lado que los universitarios y universitarias reconozcan a la comunidad como sujeto epistemológico, que piensa y tiene su propia estructura de conocimiento. Hay que bajarse del pedestal de que “yo soy el científico y el que sabe”. Esto obliga a un proceso de negociación muy freireano de la dialogicidad. Pero a la vez, la universidad tiene que romper el muro de los compartimientos estancos de las disciplinas que viene de la modernidad y abrirse a nuevas formas de comprensión de la realidad, que es mucho más compleja que lo aprendemos normalmente en los libros. Camilo Torres cree en la potencia del conocimiento vivencial que transforma desde la propia experiencia. Y al transformarme se construye un saber empático que ya no es necesariamente un saber académico universitario. El saber que construyo es una parte mía, otra de la comunidad. Hay que pensar en coautorías de investigación y conocimiento. La universidad todavía está anclada a un modelo casi decimonónico y muy tradicional.

—Y en este modelo de universidad, ¿qué espacio imaginás para los movimientos sociales?

—Creo que también tiene que haber una disposición de los profesores y del estudiantado a relacionarse con los movimientos. Es un proceso que no es de la noche a la mañana, pero hay que desactivar la idea de que solamente la universidad produce conocimiento y ésta tiene que aprender a reconocer lo que se produce afuera. Ahora, habría que pensar no solamente invitar a un panel a un movimiento social, sino cómo el movimiento social participa de una cátedra, donde ellos también discutan los contenidos, la metodologías y las estructuras. Cómo generar esa relación, por ejemplo, entre bachilleratos populares y las carreras de ciencias de la educación. Habría que encontrar esa sinergia a partir de complicidades con profesores, cátedras o espacios, e ir haciendo un proceso de inmersión y ruptura permanente de diálogo, romper esa linealidad y establecer una bidireccionalidad. Los movimientos, como sujetos colectivos protagónicos, tienen mucho para decir y muchas experiencias. También habría que pensar también si al conjunto de los movimientos les interesa ser validados por la universidad, porque tal vez tienen sus propios intelectuales que son del movimiento que hacen sus propias investigaciones y no necesitan pasar por la universidad para ser reconocidos. Creo que la universidad ha entrado de manera cada vez más dramática en un ombliguismo que le impide ver más allá de sus propia nariz. Inclusive ciertas tendencias de lo que uno llamaría pensamiento crítico, porque también se puede enseñar a Paulo Freire de manera bancaria y marxismo de manera liberal. Esa ciencia crítica tendría que tener una pata en el movimiento, situarse desde una perspectiva. Lo que monseñor Angelelli llamaría “con un oído en el pueblo y otro en el evangelio”, o sea: uno en los libros y en las discusiones intelectuales y otro en la luchas populares.

—¿Por qué recuperar hoy a Camilo Torres?

—Primero por una razón académica, porque es uno de los pensadores más desafiantes del pensamiento crítico latinoamericano que ha sido oscurecido en la historia por una razón paradójica, porque lo mismo que lo ha hecho famoso lo ha oscurecido. La idea del cura guerrillero como un mito o fetiche ha servido para descalificarlo. Él era sacerdote católico y a la Iglesia la imagen de un cura guerrillero no le sirve como ejemplo. Él fue sociólogo y cofundador de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional con Orlando Fals Borda y un profesor que se hace guerrillero tampoco es un buen ejemplo para la academia. Y fue un político revolucionario, al conformar la experiencia del Frente Unido del Pueblo. Pero un líder político que termina yéndose a la guerrilla tampoco es un buen ejemplo para la institución política, por más de izquierda que sea. Entonces, esto de ser el primer sacerdote católico que decide ir a la lucha armada por el socialismo a la vez termina oscureciéndole por derecha. Y por izquierda, la sola imagen del cura guerrillero redujo su importancia histórica a un hecho de entrega y sacrificio, como si estuviera vacío de contenido. No se discuten las razones, el motivo ni lo que pensaba. Y además Camilo Torres es un desaparecido y 54 años después de su muerte aún no sabemos el paradero de su cuerpo.

Fuente: La Capital

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