Noticias | febrero 25, 2020

Entrevista con Judith Butler


Plaza: Antes que todo, necesitamos decirte que es un honor contar contigo para el primer número de nuestra revista dirigida por los estudiantes del Ph.D. en Literatura y Estudios Culturales de la universidad de Georgetown. Y también, señalar que estudiantes y profesores, así como académicos y no académicos de distintas partes del mundo ayudaron en la formulación de las siguientes preguntas como un ejercicio colaborativo de pensamiento, que es la idea que entendemos por “Plaza Pública”.

¿Qué es en la actualidad “lo violento”? En situaciones de protesta, diferentes enunciantes interpretan como violentos diferentes actos. Desde medios de comunicación hegemónicos, por ejemplo, se señala a algunos grupos como violentos, mientras que en las redes sociales circula información que apunta a las instituciones del estado como las violentas. Da la sensación de que la violencia y la posibilidad de ejercerla fuesen conceptos en disputa. Teniendo esto en cuenta, ¿qué violencia pudiera ser posible, incluso aceptable, para la “democracia por venir”?

JB: Tienen razón al decir que en este momento existe un nuevo poder, es decir, el poder de nombrar como violentos a los movimientos de “oposición”, a movimientos de disenso y a cualquier movimiento de la izquierda que desafíe los regímenes en el poder. Los movimientos de boicot, despojo y sanciones son el movimiento no-violento más grande en Palestina; sin embargo, es llamado “violento” una y otra vez. Una cosa es desear desmantelar una forma de poder colonial para establecer una democracia basada en la igualdad y otra muy distinta es usar medios violentos para lograr ese objetivo. Como resultado de esto, tenemos que formular políticas que disputen el poder de nombrar como movimientos violentos a aquellos que no lo son, para exponer y oponerse a los mecanismos por los cuales se lleva a cabo ese tipo de atribución. Creo que cualquier democracia futura tendrá que lograrse a través de objetivos no violentos. Si desencadenamos más violencia en el mundo, el mundo se convertirá en un lugar más violento.

Plaza: El presidente chileno Piñera dijo en octubre del 2019: “Estamos ante un enemigo poderoso”, refiriéndose al pueblo que se manifestaba en la calle. ¿Cómo interpretar el espectro del daño y la necesidad del estar-con-otros allí donde el estado-nación incurre en la violación y negación sistemática de los derechos humanos con políticas como el proyecto de ley que regula el derecho de reunión?

JB: Piñera sigue a otros líderes, como Modi en India y Erdogan en Turquía, quienes han impuesto límites a la libertad de reunión, de este modo está criminalizando un derecho democrático básico. La única forma de oponerse a las restricciones del derecho de reunión y asociación es generar una multitud que sea demasiado grande para controlarla y utilizar los medios de comunicación para producir asambleas poderosas en la red, las que toman el internet como parte de la esfera pública.

Plaza: Sobre la perfomance originada en Chile “Un violador en tu camino” del grupo Las Tesis, medios de comunicación destacaron su carácter pacífico, resaltando el hecho de que las participantes solo cantaban y bailaban. No obstante, las creadoras señalaron que su performance no era pacífica, lo que posiblemente muestra un intento desde la prensa de despolitizar su acto. ¿Por qué hay una dificultad de interpretar la protesta social de cuerpos femeninos como violenta?

JB: Quizás deberíamos distinguir entre protestas que son violentas, en el sentido de que buscan lastimar o destruir a personas o propiedades, de aquellas que son agresivas, furiosas, directas y frontales. Creo que cometemos un error cuando afirmamos que la acción no violenta surge de un estado o condición pacífica. Por el contrario, existe ira no violenta, agresión no violenta, y esto forma parte de los tipos de protestas contra la violencia sexual a las que se refieren. La performance busca mostrar a su audiencia que la violencia sexual es un potencial en cualquier camino que tomen las mujeres y las personas trans. Por lo tanto, la audiencia debería entender cómo es eso y unirse a la lucha para detener la violencia sexual. La performance no promueve esa violencia: es anti-violenta. Pero es agresiva, eso es diferente y necesario.

Plaza: ¿Es cierta representación del sexo un subterfugio para la violencia de género? Es decir, ¿hasta qué punto el desarrollo de la fantasía de la violación o humillación en productos culturales implica promover un potencial de realización de esos actos en la realidad? Por otra parte, intentar censurar estas representaciones, ¿es una forma moralista de distorsionar el hecho de que la sociedad misma construye estas subjetividades violentas?

JB: Esta es una gran e importante pregunta y merece una mejor respuesta de la que puedo proporcionar aquí. Por supuesto, las imágenes misóginas en anuncios, televisión, películas y redes sociales contribuyen a una sensación cultural de que las mujeres son violables y que el sexo es una forma de violación permisible. Y, sin embargo, no creo que debamos seguir el camino conductista y afirmar que las imágenes o fantasías conducen directamente a la acción. Esas imágenes son producidas por industrias que están contratando mujeres para que aparezcan de cierta manera y esas industrias están produciendo y complaciendo demandas de los consumidores. El sentido de “libertad” o “derecho” a violar o matar es reproducido por un conjunto más amplio de estructuras sociales, legales y económicas. Por lo que debemos considerar la estructura de la familia, la indiferencia legal a los cargos por violación y el fracaso por parte de los gobiernos locales, nacionales e internacionales, para oponerse a la violencia sexual y al feminicidio a través de la educación, los servicios sociales y la defensa legal. Se necesita una campaña grande y concertada para confrontar seriamente la noción de que las vidas de las mujeres son prescindibles y que es una prerrogativa masculina y heteronormativa decidir el destino de esas vidas.

Plaza: ¿Hasta qué punto puede la academia ayudar a cambiar nuestra sociedad? ¿Qué rol juega la teoría queer en este proceso? ¿O se necesita una reforma de parte de la academia para aportar a los cambios sociales que nos urgen?

JB: El hecho es que muchas de las preguntas que se abordan en los campos académicos sobre estudios de género y sexualidad surgen de los movimientos sociales, a pesar de que la academia debería ser, idealmente, un lugar para debatir esas ideas y refinar nuestra comprensión de los objetivos de la sociedad. El ataque a los estudios de género supone que los estudios de género no son más que una inculcación de dogmas, una forma de lavado de cerebro o un llamado a las armas. Pero es, y sigue siendo, un lugar donde podemos estudiar historia, teoría y literatura, aprender a definir y debatir nuestros puntos de vista, y hacer públicos los tipos de conocimiento que adquirimos en la academia. Esto hace parte de cualquier sociedad democrática debido a que representa la meta de una investigación libre y abierta. Aquellos que buscan apagar el pensamiento tienen miedo del cambio social que puede suceder y sucede, una vez que comenzamos a cuestionar la estructura de la familia, las relaciones, los significados de género y raza, los fracasos de la democracia y el atractivo del autoritarismo. Todos estos son temas en la academia, pero también son temas en el mundo. La academia puede ser útil para cambiar la sociedad precisamente creando un lugar para pensar y escribir, para considerar las presuposiciones de nuestras vida e imaginar un futuro que perciba los principios democráticos más importantes: igualdad, libertad y justicia.

Plaza: Te has encontrado con grupos en Argentina y Brasil. ¿Hacia dónde avanza la teoría queer en Latinoamérica, considerando las dinámicas de poder coloniales?

JB: Creo que la “teoría queer” avanza sólo cuando es parte de una lucha desde una coalición. Esto es cierto en muchos lugares del mundo. Tiene que oponerse al racismo y al poder colonial, razón por la cual la “teoría queer” es una lucha por la justicia racial y la desmantelación de las formas explícitas e implícitas de gobierno colonial. Tiene que estar vinculada con el feminismo y los derechos trans, y no puede orientarse solamente en relación con la teoría que viene del norte. Al mismo tiempo, vivimos en un entorno tanto global como local, y nuestro pensamiento y acción tienen lugar dentro de esa tensión. Por supuesto, es posible ver la “teoría queer” como una forma de imperialismo cultural impuesto por el norte, pero quienes dan ese argumento más fuertemente son ahora el ala conservadora de la Iglesia Católica y los Evangélicos, cuya política es básicamente reaccionaria. La “latinidad queer” en este momento afecta a la teoría en el norte, y muchos miran a Chile y Argentina para comprender mejor cómo se realizan las coaliciones, la importancia del arte de la performance en la vida pública y cómo oponerse mejor al autoritarismo y al negacionismo. Entonces, tal vez, es tiempo de que el “Norte” siga al “Sur” o, más bien, comprenda la importancia de una coalición contra-colonial para la política feminista, queer y trans.

Fuente Plaza Pública

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